miércoles, 12 de octubre de 2011

La del 53.

Dar rienda suelta a mi imaginación puede ser peligroso cuando las ideas que se me vienen a la mente son piezas de una historia de terror, basada en mis propias memorias de un encuentro non-grato real, en un colectivo real, con una persona real, con características tristemente reales. Quienquiera que haya sido esa mujer, su imagen todavía me acelera el pulso y me mantiene en un estado de vigilia constante. No hay nada peor que vivir una escena de terror en la vida cotidiana.
Hace por lo menos siete años no escribo algo que me ponga los pelos de punta a mí misma (es decir, a la única persona a la que no puedo sorprender con tal texto) mientras lo tipeo. Intentaré terminarlo, y probablemente pactaré conmigo misma no leerlo nunca más.

Ansiosamente esperaba ese grupo de jóvenes adolescentes aquel colectivo que, según entendían, las llevaría a sus respectivos hogares. No eran de frecuentar la zona en la que se encontraban, pero sabían perfectamente que el recorrido de ese bus en particular las dejaba bien a todas. Era pleno mediodía, y el sol estaba oculto detrás de un manto espeso de nubes que no traerían lluvia sino hasta bien entrada la tarde, según los especialistas de la T.V.
Mientras charlaban animadamente reconocieron el colectivo de la línea 53 color azul que se acercaba rápidamente a ellas por la avenida. Era un modelo de esos viejos, pequeños e incómodos, cuya capacidad es considerablemente menor que la de los colectivos convencionales. Aún así decidieron tomarlo.
Tras pagar la tarifa correspondiente, las cuatro amigas se dirigieron no sin dificultad hacia el fondo del vehículo, donde, como es sabido, suele haber más lugar, dado que la gente suele acumularse en el frente. Entre risas y pequeños empujones, lograron atravesar el estrecho corredor atestado de gente hasta llegar a la parte trasera. La que estaba más próxima a la hilera de asientos del fondo (obviamente, y como todos los demás, ocupados), se distrajo conversando con una de sus tres compañeras, hasta que un movimiento desafortunado hizo que clavara sus ojos en la persona que tenía a su derecha, aferrada al respaldo del asiento contiguo.
Su corazón se paralizó al mismo tiempo que la sangre se le congelaba en las venas. Sintió un sudor viscoso que le recorría la nuca, y los ojos se le humedecieron levemente. En menos de lo que dura un latido, observó en profundidad a aquella joven que se paraba junto a ella,  mirando despreocupadamente por la ventanilla a la que se enfrentaba.
Su palidez no era lo que más se destacaba de sus facciones, no. Ella había visto personas más blancas. Su piel parecía haberse recuperado, quizás tras varias intervenciones quirúrgicas, de un accidente. Brillosa, arrugada y poceada, su textura era como la de un tomate podrido, y su aspecto era más que desagradable. Sus ojos negros habían quedado prácticamente metidos dentro de sus cuencas, y la piel de su frente continuaba, tersa y brillante como si la hubieran estirado, hasta culminar en esos pequeños globos oculares perdidos en tanta dermis destruída. Su nariz... bueno, lo que quedaba de ella... parecía haber sufrido un corte vertical, que resultó en la pérdida de la mayor parte de su tabique.
Sin querer grabar aquel rostro por siempre en su memoria, y tratando de ser educada, desvió la mirada con rapidez e intentó seguir el hilo de la conversación que sus amigas estaban manteniendo. Pero no pudo reservarse el comentario y, por lo bajo, le sugirió a una de sus amigas que le echara un ojo a esa joven muchacha que aún seguía parada a su lado.
Su compañera la buscó con la mirada, y al encontrarla dirigió su vista al suelo en señal de afirmación. Durante los próximos minutos de viaje, la que estaba más próxima a la muchacha de rostro extraño se la pasó imaginándose cuáles podrían haber sido las causas de tal deformidad, y sólo se le ocurrió un incendio.
Pronto, un pequeño revuelo entre algunos de los pasajeros interrumpió sus cavilaciones: una anciana quería abrirse paso entre la gente para llegar al fondo. Se acercó lo más rápido que pudo a la puerta trasera donde ahora se encontraba la joven presuntamente quemada, que ahora se aferraba al caño donde se encontraba el timbre. Al parecer ambas habían llegado a su parada y debían descender del vehículo. La anciana alcanzó la puerta trasera y le preguntó a la deforme si se bajaba allí, y ella le respondió que sí. Como es de esperar viniendo de una anciana, intercambió algunas palabras amistosas con la joven, como si aquel rostro no la hubiera sorprendido en lo más mínimo. Ambas se dedicaron algunas sonrisitas cordiales, y acto seguido bajaron del colectivo.
En cuanto lo hicieron, las cuatro amigas que habían estado en relativo silencio observando a aquella extraña joven, comenzaron a comentar lo desagradable, triste y aterrador de aquella cara que sería tan difícil de olvidar, especialmente para la que la había visto primero, parada junto a su hombro derecho, con su blanco rostro a la altura de sus ojos.
Otros varios minutos pasaron en silencio para ella tras el descenso de la "quemada", pero su imagen aún le daba vueltas en la cabeza. Quiso comentarlo con sus amigas, quienes ya habían estancado el tema hacía rato. Su viaje en el colectivo continuaba, y su mente trabajaba, intentando olvidarla.
Pronto no lo soportó más, y comentó lo suficientemente alto como para que sus cuatro amigas la escucharan por sobre el ruido del motor y las voces del concurrido vehículo: Qué impresionante esa chica...
"¿Qué chica?" inquirió una de sus amigas.
"La que se acaba de bajar... la de la cara deformada".
"¿Cara deformada? ¡Ja! ¿Qué viste?"
"Se habrá visto ella misma al espejo" bromeó otra de sus compañeras.
"Chicas, en serio... si hasta recién estábamos comentando lo traumática que era la imagen..."
"No sé de qué hablás, ¿ustedes, chicas?"
"Ni idea".

Seguramente sus amigas habrán notado cómo ella palidecía al encontrarse atrapada entre el recuerdo de aquel inocente pero dañado rostro, y la puja entre la convicción y la confusión. Lograron que uno de los pasajeros le cediera su asiento a la casi descompuesta muchacha. Se tomó la frente entre las manos para calmar el dolor de cabeza que la estaba por partir al medio, y justo cuando levantó la vista para reconfirmar que sus amigas no le estaban gastando una broma,escuchó un grito agudísimo, y se sumió en la negrura.

Todo lo que oyó luego fueron voces gritando "inyectala para que no despierte", pero por más que las voces fueran claras, no pudo alcanzarlas. De hecho, no podía ver nada. La oscuridad la consumía y la arrastraba hacia abajo. Al principio fue desesperante, pero pronto una calma le recorrió la mente, haciéndola dormir en un vacío total, flotando en una dimensión desconocida y pacífica.
Despertó cuando sus heridas hubieron sanado tras aquel trágico accidente que sufrieron todos los pasajeros de aquel viejo colectivo de la línea 53, en un choque que le costó la vida a varios de ellos. Ella agradece aún poder contar la historia de aquella joven que vio antes del accidente, cuya imagen aún la acecha en sueños, y cuyo rostro aún reconoce cada vez que se mira al espejo, con la única diferencia que ahora le pertenece a ella: Blanco, brillante, destruído, sin nariz, y con pequeños ojos perdidos. Tal y como lo recordaba.

domingo, 31 de julio de 2011

She's in my head, I must confess.

"Hola a todos, yo soy el lechón" rugió la bestia en medio de la campiña.



Nunca se lo había puesto a pensar de esa forma, pero sabía que no había solución. Quería creer que, a pesar de que la vida le estuviera demostrando lo contrario, las cosas se darían exactamente de la forma en la que ella soñaba. Hollywood era su única esperanza: si dos actores interpretando la historia de dos personas separadas por la distancia y las circunstancias de la vida podían tener un final feliz en la película, entonces ella también. Y créanme, no había nada que ella quisiera más en ese momento que una teatral propuesta.
A cien constantes kilómetros por hora, sus pensamientos eran totalmente inconexos. Había dejado atrás aquello que había sabido consolarla y hacerla reir, después de tanto tiempo de estar flotando en el aire, sin saber muy bien dónde aterrizar. El suelo bajo sus pies parecía inestable, y por eso había pasado varios meses optando por mirar todo desde una posición segura cada día, a Dios sabe cuántos pies de distancia de la tierra. Había estado perdida en una ciudad caótica, sin saber para dónde mirar, con quién contar ni hacia dónde ir. Las fiestas eran tristes y los días, grises. Hasta que decidió escaparse unos días a otra realidad que la ayudara a salir de su depresión. Y la encontró, y con esa realidad lo encontró a él y supo aprovecharlo.
Y ahora... Ahora su único temor era olvidar, y ser olvidada.
Envuelta en un manto de oscuridad, pasó cinco horas sentada en la misma posición, sin mover siquiera el más ínfimo de sus músculos. El recuerdo la había paralizado y la sensación de estar alejándose de lo único que había podido hacer maravillas con su cabeza y la había arrastrado fuera de la desorientación de una manera tan natural que la había emocionado, le impedía recordar su vida anterior. Sus sueños y sus ansias, sus certezas y todo lo que ella afirmaba, ahora simplemente parecía irreal. Ajeno.
Miraba por una ventanilla empañada que le dificultaba aún más concentrarse en todo lo que pasaba por su lado iluminado por la luna y algún que otro poste de luz perdido. Miraba sin mirar, concentrada en el concepto "oscuridad", ya que ni siquiera era consciente de estar mirando nada en absoluto. Lo único que le recordaba que estaba viva dentro del enorme vehículo era la mano que sostenía la suya a su izquierda, tan inmóvil como ella; y la música que sonaba exactamente igual a él. Todas esas canciones que ella seleccionaba específicamente con el fin de dibujar imágenes en su mente en las que él todavía la rodeaba con sus brazos.
Cada vez más pequeña, más insegura, más sola. Estaba perdida. Todo lo que quería era mostrarle al mundo cuánto deseaba poder abrazarlo de nuevo y decirle que iba a extrañarlo más de lo que él pensaba.
Todavía podía oler todos los perfumes de su piel y sentía su cuerpo amoldado al suyo, de una manera tan vívida que parecía real. Sentía la perfección de sus manos combinadas con las formas de su propio cuerpo, complementándose de una manera en la que jamás se había conectado con nadie.
Y en ese momento en el que le llegaron todos los sabores de sus labios y todas esas bellas palabras que él le había regalado, recordó el pasado. Un pasado aún más lejano, en el que se encontraba un sujeto por quien ella hubiera luchado hasta el fin... Y, con una felicidad que la hubiera hecho cantar a los gritos, reconoció que ese sujeto no era ni la mitad de fascinante de lo que ella recordaba. Había encontrado a alguien aún mejor. Esa sensación de superación le recorrió las venas, hizo que se sintiera genuinamente feliz por primera vez en mucho tiempo. Pero ni eso logró hacerla cambiar de posición en el asiento. En todo lo que pensaba era en aquel que quedaba atrás.
Pasaron las horas y aún no podía concebir la idea de irse, pero desafortunadamente ya se había marchado. Los pueblos pasaban de largo, ofendidos de verla alejarse a toda velocidad. Y al final, cuando el vehículo dejó de moverse  y ella pudo pisar su tierra, recordó una frase que alguna vez había escrito quien más la inspiraba: "Tu hogar está donde está tu corazón". Y supo que su hogar no estaba donde ella ahora se encontraba.
Me hubiera gustado decir que tomó el siguiente ómnibus de nuevo hacia donde había partido, pero no lo hizo. Ya era tarde, y sólo se dio cuenta de ello cuando miró alrededor y no vió cámaras... Definitivamente ella no era una estrella de Hollywood.

martes, 17 de mayo de 2011

Was it bad enough to be too late? Just tell me the words I might have ate.

Tras pagar una tarifa de $1,10, se sentó en uno de los asientos cercanos a la puerta trasera del vehículo y en silencio comenzó a pensar en todas esas respuestas que debió haberle dado en su momento, y en todos aquellos planteos que le haría en cuanto tuviera la oportunidad. No era que ella tuviera la razón, pero lo que sí era seguro era que él estaba equivocado.
Luego de quince minutos de viaje, sentía que el hecho de haber estado hablando sola para sus adentros desde el momento en el que se sentó, y haber visto pasar por su lado tantos edificios grises bañados de sol de media tarde, le habían ayudado a arribar a centenares de conclusiones. Y ahora tenía muchas palabras atoradas en la garganta, a punto de estallar.
Tocó el timbre para avisarle al chofer que la próxima parada era la suya, y en cuanto se bajó comenzó a caminar las cuadras faltantes para llegar a su casa. Su paso se transformó en un trote incómodo.
Con una nueva actitud y un enorme y pesado sentimiento poco conocido que hacía que le estallara la cabeza, comenzó a desnudarse tras cruzar la puerta de su hogar.
La casa estaba vacía y su boca llena de acusaciones.
A cada paso que daba, tiraba una prenda en el piso dejando un rastro que evidenciaba la ira con la que esas ropas habían sido arrojadas al suelo. Entró al baño hecha un tigre y dejó correr el agua de la ducha mientras se deshacía de su ropa interior. Con la piel erizada, dejó que la lluvia detrás de la cortina la empapara mientras se enfrentaba con los ojos cerrados a los azulejos preguntando "¡¿Por qué?!".

Cuando el agua le relajó por fin los músculos y cesaron los temblores producto del cambio de temperatura y del nerviosismo, comenzó a acariciarse el cuerpo con jabón en las manos, intentando consolarse y recobrar la compostura. Aún con la vista clavada en los azulejos destilando ira, vio dos ojos que la observaban esperando una explicación, una respuesta. Se vio allí parada, desnuda, mojada. Más vulnerable que nunca... y ahí estaba él, mirándola a la expectativa de una razón por la cual seguir parado frente a ella.
Y ella sólo pudo soltarle una risa maníaca en la cara, llorando con lágrimas secas. Luego torció sus labios en una sonrisa sarcástica que la reconfortaba y hacía que se sintiera ella misma una vez más.
Se excitó ante la idea de cerrarle la boca y hablar ella, esa satisfacción de tener la razón y de hacérselo saber le recorrió el cuerpo y la lengua se le llenó de argumentos.

Todo esto sucede porque vos quisiste que fuera de esta manera, le recordó, mirándolo a los ojos, perdiéndose en ellos. Yo... quiso decirle. Yo...
Las palabras se le escaparon de la boca sin más, resbalándose entre sus pechos, rodeando su ombligo y llegando a sus pies, ahogándose finalmente en el desagüe.
Comprendió que iba a tener que mantener muchas conversaciones imaginarias en las que ella se desnudaría frente a él demostrándole su vulnerabilidad, disculpándose por cosas que jamás se sintió culpable de haber realizado. Y esas palabras improvisadas, llenas de convicción y lógica, rebotarían en el frío material de los azulejos, y serían acarreadas por el torrente de agua, para ser finalmente comidas por las ratas en las alcantarillas.
Tal vez ella fuera como sus palabras. Quizás en la vida de él ahora mismo ella estuviera siendo roída por las ratas en una sucia alcantarilla, olvidada, descartada, habiendo perdido todo sentido.
Acarició el azulejo en el que se reflejaban sus ojos y se acurrucó en su pecho, frío y duro. Le pasó una mano por su delgado brazo, y le susurró al oído: Hasta acá llegué.
Se envolvió en una toalla para secarse las gotas gordas que le acariciaban el cuerpo, enfriándose por cada centímetro que descendían. Y así, húmeda como se encontraba, abrió la puerta del baño para enfrentarse a la fría realidad que ahora la esperaba fuera de ese pequeño cuartito, en el que la calidez de sus ojos aún la refugiaban.

domingo, 1 de mayo de 2011

I figured out what you're all about and I don't think I like what I see, soooo...

Te despertás con música en la cabeza, seis cuerdas para divertirte, y cincuenta y dos blancas y treinta y seis negras para delirar. Te hacés tu café con leche, porque no tenés las agallas para tomarte uno negro bien fuerte, y te disponés a armar tu día acorde a tu inspiración de artista bohemio.
Te la pasás cantando canciones de revolución y de vez en cuando elevás una alabanza a tus compañeros militantes (que luchan con vos en esta guerra por cambiar el mundo), con orgullo y lealtad a esa forma tan particular de estar unidos. Y es posible también que en el interin recurras al más superficial de tus sentimientos y escribas una línea acerca de lo maravillosa que es tu Musa.
Luego estirás tus piernas, te llevás un cigarrillo a la boca y, entre graffitis y banderas, te calzás al hombro tu mejor arma y jugás con ella durante el resto del día.
En cuanto te hartás del egocentrismo que acarrea el simple hecho de ser, como antes dije, un artista, te dedicás a publicar aquella línea que escribiste y se la regalás a ella, entregándole toda tu inspiración para que la transforme en algo aún más grande. Un feedback ayudado por un par de "te amo" vacíos y la obsesión por vivir al final del arco iris.
Todo esto olvidando por cinco minutos que la noche anterior te la pasaste desnudando con la mirada a una muchacha en particular, a la que siempre te hace regresar tu sed de Libertad y de "algo mejor". Lo llamás desliz, yo lo llamo realidad. Te excusás con tu yo sé lo que quiero. Tus labios dicen esto y tu cuerpo hace aquello. Y lo cierto es que siempre que te encontrás con ella, algo dentro tuyo se revuelve y se pregunta qué es lo que de verdad necesita.
Pero la culpa y el egoísmo hoy te hacen servir otra taza de café, y prepararte para recibir a tu Musa con un poco de magia entre las frazadas y las medialunas recién compradas.
Y para vos no significa nada. Da todo lo mismo mientras puedas salirte con la tuya, victorioso, subiéndote el ego hasta su punto máximo. Sabiendo que con una caricia la Musa se retuerce, y con una palabra cálida la Libertad se entrega.
Así seguís, ignorando que la Libertad te llama para algo mejor, y continuás jugando con ella tirando de la soga hasta que la soga se gaste y se rompa. Hablás y hablás de amor, en prosa y en poesías, seguís rasgueando las cuerdas componiendo melodías llenas de mentiras y de engaños, con tu Musa cantándote al oído.
Y no entendés que tu amor no vale nada ya para nadie.

viernes, 22 de abril de 2011

1,000 hours.

Se acostó en su cama dejando la luz de la mesita encendida. Estaba tiritando de frío, con los ojos clavados en un fantasma.
Lo observó y estudió a fondo, y cuando ya no lo soportó más, enfocó la vista en otro fantasma que se encontraba en el extremo contrario de la habitación. En cuanto se quiso dar cuenta, su cuarto estaba repleto de ellos. Eran del tipo de los que no se van ni se pueden dejar de ver, incluso si se apaga la luz. De hecho, estaba muy segura de que al cerrar los ojos, esos fantasmas se meterían en su subconsciente y lo dominarían por completo.
No había forma de escapar, tendría que aceptarlos en su habitación, para luego aceptarlos en su mente. Sin siquiera preguntárselo (por mera cortesía), los fantasmas comenzaron a mostrarse sin inhibiciones, atacándola con sus formas y sus símbolos:

Todo lo que la rodeaba se deformó y los murmullos de algunos motores en la calle cesaron. El tiempo perdió significado y su pulso se le paró. Detrás de sus ojos lo vio, parado, observándola. Recordó la electricidad entre ellos, y la forma en la que lo había violado con los ojos. Un segundo de su imaginación equivalía a diez horas de hacerle el amor.
Ese episodio había sido lo más alentador y a la vez desesperante que le había sucedido. Nunca había estado tan ávida de él en su vida. Todo lo que quería era estirar sus manos, no pensarlo y simplemente dejarlas actuar libremente. Saciar su sed de tocarlo y de tenerlo con ella, aún sabiendo que era sólo un momento en la eternidad.
Era algo tan nuevo, tan único... tan íntimo.
Y no quería animarse a pensarlo siquiera, pero una ilusa parte de su mente le decía en susurros que él no estaba lejos de sentirse igual. Descartó aquellos pensamientos y se dispuso a continuar con el abrazo que ahora los unía. Una, y otra, y otra, y otra vez. Tan disimulados y casuales que no se notaban, pero se producían... y nadie lo impedía.
El amor la embriagaba al punto de reírse como una tonta y no poder pensar con claridad. En algún que otro momento de estupidez se le escaparon de la boca ideas brillantes pero poco convenientes. Sólo quería vivir el momento, quería sentir que por una noche más ella podía ganar. Sólo una.
¿Quién era el cobarde ahora? ¿Quién tendría que ceder para que las cosas sucedieran finalmente? ¿Qué consecuencias traería para aquel que cedió, el hecho de haber cedido?

Los fantasmas le recordaron cada contacto, cada mirada, cada momento de deseo irrefrenable y cada grito desesperado que pugnaba por desgarrarle el pecho.
Se dio vuelta violentamente sobre el colchón y, con todos sus fantasmas dando vueltas por la casa, le gritó a la almohada en el oído que lo amaba con locura.

06:10 a.m in my room, surrounded by ghosts.

domingo, 17 de abril de 2011

Open the past and present now and we are there.

Era extraño estar ahí y escuchar las mismas palabras que se escuchaban casi seis meses atrás, pero en contextos totalmente diferentes. Sin embargo, la emoción era la misma. Tendrían que haberlo visto con sus propios ojos... aunque, justamente, la imagen era capaz de engañar hasta a los ojos más escrutadores.
Desde el cómodo asiento del conductor de "mi" auto, con la ventanilla baja y el viento fresco pegándome en la cara, la vista con el sol acariciando el predio que se ocultaba tras una muralla de pinos y árboles con diferentes tonalidades de verdes, amarillos y marrones era preciosa. Mientras daba vueltas en círculos con el vehículo, noté que si se fija la vista en aquellos pinos que reflejaban el sol de las cinco de la tarde en sus hojas, y uno deja volar la imaginación, casi pareciera que lo que se oculta detrás de ellos es nada más ni nada menos que el paraíso terrenal.
Para algunos, como por ejemplo para mí, lo es (de una forma sentimental, claro está). Sin embargo, detrás de aquellos árboles no hay nada más que pasto y algunas construcciones consumidas por el tiempo. Pero aún así, y a sabiendas de que el lugar no era más que un viejo predio, tuve que pedir silencio para poder apreciar el coctail de sensaciones que me provocaba estar ahí. Sólo me faltaba la agitación, la gente empujándome apurada y ansiosa, el olor de la gloria, y aquel en particular: Mi DKNY.
Sí, lectores. Mis recuerdos tienen perfumes característicos. Y yo, fiel a mi costumbre, cada vez que realizo una actividad que me acerca, ya sea de manera figurativa o real, a aquello que asocio con este predio en particular, me rocío con mi "Be Delicious" by DKNY.
En conclusión, esta entrada tal vez no tenga mucho sentido para ustedes, pero les juro que no hay nada más nostálgico y a la vez emocionante que encontrarse tratando de vislumbrar un escenario detrás de una cortina de hojas multicolores que se balancean con el viento. O tal vez una simple señal, algún movimiento familiar que nos transporte de nuevo a aquel día que durará eternamente... y todo esto siendo consciente de que, no importa cuánto nos acerquemos, eso que buscamos ya no estará allí esperándonos.
Pero aún así, si buscamos en nuestro interior y revolvemos esos recuerdos que se encuentran bajo llave dentro nuestro, aunque sea un espejismo, veremos todo lo que nuestras memorias tengan para mostrarnos.

Y, si tenemos suerte, incluso hasta quizás podamos escuchar la música...

sábado, 2 de abril de 2011

I was only dreaming of another place and time.

Entró sintiéndose el ser más pequeño del mundo. Llevaba un bolso con ella, y lo sostenía con fuerza, producto de la ansiedad que hacía que le temblaran levemente las manos. Aún así, su semblante era tranquilo, en su mente todo era paz, equilibrio, y un sentimiento de realización prevalecía en su cuerpo. 
Caminó haciendo un suave y seco sonido con sus zapatos sobre el suelo de mármol, y llegó al Champagne Bar. Enseguida le llegó un aroma a café que le llenó los pulmones y el sonido del silencio la relajó. Era la gloria.
Sus ojos recorrieron el lugar, maravillados.
En la decoración de aquel precioso salón, predominaban los colores cálidos. Aquellos colores, junto con el aroma, la reconfortaban y hacían que se sintiera calentita dentro de su tapado negro. Las paredes, de un delicado color champagne, estaban iluminadas por los descomunales candelabros que colgaban del techo. Los enormes ventanales estaban flanqueados por larguísimas cortinas de color naranja. Las sillas y sillones eran color crema, con detalles en dorado.
Se sentó junto a un ventanal en uno de los rincones, aún olisqueando el café que todavía no había ordenado. La cálida luz crepuscular le bañaba la mitad del rostro. Alargaba sobre su mejilla izquierda la sombra de su nariz sobre su piel, y, en la mesa, la sombra de sus dedos tamborileando suavemente sobre el mantel. Los estiró y observó las sombras estirarse con ellos. Finos como palillos, los dedos bailoteaban en el aire y sus sombras los imitaban.
A su alrededor, aún escuchaba a la perfección todos los ensordecedores sonidos del silencio.
Estando allí, todas las sensaciones las vivía más a flor de piel que nunca. Si cerraba los ojos podía oír palabras que jamás se habían dicho, oler aromas que jamás había olido, degustar sabores que jamás había probado, sentir el roce de cosas que jamás había tocado... pero que ella alguna vez pudo imaginar. Tanto era así que por un momento, incluso, pensó que si estiraba las manos, se encontraría con aquella persona, que tanto hubiera deseado ella que la estuviera acompañando, sentada en la silla enfrentada a la suya, del otro lado de la mesa.
Había hecho ese viaje sola, con el propósito de tener la libertad de tomarse su tiempo para asimilar los lugares que recorría, y las cosas que veía, oía, tocaba... Para poder emocionarse sin tener que darle explicaciones a nadie. Para vivir su propia historia.

Oyó un carraspeo y abrió los ojos. La silla la encaraba vacía con el respaldo pegado al lado opuesto de la mesa. Aún estaba sola.
"Buenas tardes, señorita", el mozo saludó  muy cordialmente, y luego le tomó el pedido. Ella,  dulcemente aturdida, se limitó a ordenar el café que tanto se había hecho desear desde que traspasó las puertas del Champagne Bar.
Acto seguido, el mozo se fue rápidamente a pedir el café, y ella quedó sola nuevamente, mirando por la ventana, obnubilada. No podía creer lo que veía afuera: Todo a su alrededor parecía bañado en oro, tanto dentro como fuera del Bar. Incluso la calle, los autos, las personas, las palomas, los árboles... todo, todo, todo empapado de sol de las seis de la tarde, de un otoño bastante fresco.

La gente se paseaba abrigada, algunos solos, otros acompañados, algunos apurados, otros llevando un ritmo lento, libre de presiones. Algunos osados preferían colores llamativos, y otros clásicos usaban negro. Gente mayor, niños, jóvenes adultos, perros, gatos. Todos bailando al compás de la música de la libertad.
Era fantástico, todo un espectáculo.
La vista la emocionaba y la tocaba tan profundamente dentro de su ser que de pronto necesitó a alguien para compartirlo. Miró a su alrededor y notó que nadie se sentaba en el Bar, además de ella. Ni siquiera los que se hospedaban en el hotel.
Y fue en el mismo momento en el que el mozo regresó con el café, que unas lágrimas melancólicas se asomaron en sus ojos.
Miró al muchacho, que no era mucho mayor que ella, y tomó el café entre sus manos antes de que él pudiera apoyarlo en la superficie de la mesa. Le sonrió con afecto y gratitud mientras ponía sus dedos alrededor de la taza caliente. Al mismo tiempo, aprovechó y miró a su alrededor nuevamente para corroborar que no hubiera nadie más a quien el mozo debiera atender.
Entonces en una silla a tres mesas de distancia, un hombre con una campera de cuero, ojos verdes y pelo oscuro, la miraba fijamente. Le costó darse cuenta de que era aquel hombre a quien ella había estado esperando ver. El corazón se le aceleró a tal punto que hizo que le temblara todo el cuerpo. La sorpresa trajo consigo lágrimas aún más gordas que se resbalaron silenciosamente por sus mejillas.
Se incorporó rápidamente para salir corriendo hacia su mesa, pero las piernas no le respondieron a la hora de avanzar.
Sólo cuando el mozo murmuró "No, por favor, déjeme a mí", se dio cuenta de que aún tenía las manos en la taza caliente, al mismo tiempo que él la sostenía para dejarla sobre la mesa. La soltó para que él la situara en su lugar. "¿Se le ofrece algo más?" preguntó el mozo. "¿Se encuentra bien?"

Volvió a mirar en dirección a donde estaba el hombre de la campera de cuero, pero él ya no se encontraba ahí. En su lugar, la silla estaba vacía, fría, inmóvil.
Confundida, se sentó a su mesa nuevamente, y asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta del mozo. Miró la taza de café, y entrecerró los ojos oliéndolo de cerca. Su aroma era fuerte, y, a la vez, dulce. Aún no había podido apreciar el olor íntimamente, como sucede luego de que el líquido se resbala por la garganta; pero sabía a ciencia cierta que el perfume de aquel café describía exactamente sus emciones estando en aquel sitio, habiendo visto lo que vio.
El aroma de un café es el verdadero olor de la melancolía y la nostalgia.
Una lágrima residual que había quedado colgando de sus pestañas, terminó cayendo dentro de la taza humeante. Luego, abrió los ojos y miró hacia afuera. La puesta de sol seguía su marcha, ocultando a cada minuto el sol un poco más.
"Sí." Dijo ella, ahora clavándole la mirada al mozo, que aún aguardaba su respuesta. No reparó mucho en sus facciones, pues aún seguía encandilada por el sol y la imagen de aquella campera de cuero, pero estaba segura de que era bien parecido. De todas maneras eso no le importó en absoluto, dado que en ese momento todo lo único que quería era... "En vista de que no hay nadie más en el salón, ¿por qué no se sienta y me acompaña?".

Sueños que me ayudan a dormir.

domingo, 20 de marzo de 2011

Born and raised by hypocrites

Vámonos todos a pasar el día afuera, a fingir que todo está bien, a olvidar las palabras de odio y de rencor. A olvidar las excusas, a olvidar el mal momento que pasamos.
Hagamos el amor mientras un espectro lleno de desprecio se interpone entre nosotros. Fomentemos la unidad y fusilémonos en la intimidad. Afiebrémonos de dolor y pidamos perdón al día siguiente.
Masoquismo y sadomasoquismo, ira y amor, "me engañaste", "me estafaste".

Lo que es por mí... váyanse a la mierda.

sábado, 19 de marzo de 2011

City lights coming down over me (fairytales in my mind)

Es difícil de explicar por qué quiero estar ahí. Es casi como si creyera que todas las historias hubieran sucedido, y los personajes aún se pasearan por aquellos lugares a los que los llevé. Queda el producto de mi imaginación reminiscente en todas las pequeñas y grandes escenas que creé, y aún hoy me enamora la idea de que hubieran sido reales.
Puedo oler la casa, puedo sentir la hierba mojada, llueve sobre el paraguas y la sensación de estar viviendo una aventura de lo más increíble es casi palpable. Siento los abrazos que ella recibió, las risas que ella escuchó, las lágrimas que se le resbalaron y la canción que lleva su nombre me emociona.
Puedo recostarme sobre el pasto y ver el sol, puedo ver águilas pescadoras sobre el lago, siento el particular aroma de su piel, y siento la emoción de volar bien alto.
Soy ella, siempre lo fui.
Escribir las falsas memorias de una muchacha que estuvo en aquel lugar que yo determiné que fuera su hogar hizo que me enamorara del escenario que armé. Yo estuve ahí, yo lo vi todo con mi inmensa imaginación y unos cuantos libros. Pude oler cada aroma, pude sentir cada textura de las paredes, las hojas, los árboles, las pieles, los objetos y todo lo que ella tocó. Degusté todos los sabores del amor y de la amargura.
Situé en un lugar real en un tiempo pasado mi fantasía y mis deseos más grandes y locos. Y terminé creyéndome aquellas historias tan maravillosas.
Y es por eso que quisiera estar allí. Siguiendo el camino de las huellas imaginarias que ellos dejaron.

sábado, 5 de marzo de 2011

I was only dreaming.

El 14 de Febrero de 2011 soñé con "la" pareja de mis pesadillas más agridulces.
Estábamos en un lugar que no conocía, sentados uno al lado del otro, conmigo ubicada en el medio de los dos. Durante el sueño, nos dedicábamos a hablar, y yo, enamorada como estaba de él, hablaba más que nada con ella, como admirándola.
Sentía cómo con cada palabra, aquella chica que se había ganado el corazón del muchacho que amaba, me cautivava. Casi como si me estuviera enamorando. La miraba, la elogiaba, y me gustaba todavía más que él. Y al mismo tiempo, la envidiaba como nunca. Era como si estuviera por fin entendiendo por qué lo puede tanto a él, y estuviera cayendo yo también con el poder de su encanto.
Ellos se arqueaban por encima mío para poder hablar. Se reían, actuaban con total naturalidad. Pero, claro... yo estaba en el medio.
Bajé la mirada y me observé las manos. Y en una de ellas, brillante a la luz, sostenía un arma. Una de esas con el cañón bie largo y plateado. Luego descubrí que es aquella que llaman "peacemaker".
Sabía que tenía que dispararle a alguien, era un requisito del sueño, del subconsciente que me dictaba que el próximo paso era apretar el gatillo con el cañón apuntando en alguna dirección.
Pensé en dispararle al piso, pero tenía miedo de que me rebotara la bala, y terminara muerta. El tiempo se agotaba y aún no había un blanco para aquella bala sin destino.

Si le disparaba a ella, el dolor y el odio de parte de él sería tan grande, que luego yo no podría resistirlo. Y si le disparaba a él... bueno, ¿qué sería de mí?
Finalmente, ante mi evidente nerviosismo, él me sacó el arma de las manos y la descargó, como quien le quita un juguete peligroso de las manos a un bebé.  Luego me la devolvió, descargada e inútil.


~Soñarnocuestanada