viernes, 22 de abril de 2011

1,000 hours.

Se acostó en su cama dejando la luz de la mesita encendida. Estaba tiritando de frío, con los ojos clavados en un fantasma.
Lo observó y estudió a fondo, y cuando ya no lo soportó más, enfocó la vista en otro fantasma que se encontraba en el extremo contrario de la habitación. En cuanto se quiso dar cuenta, su cuarto estaba repleto de ellos. Eran del tipo de los que no se van ni se pueden dejar de ver, incluso si se apaga la luz. De hecho, estaba muy segura de que al cerrar los ojos, esos fantasmas se meterían en su subconsciente y lo dominarían por completo.
No había forma de escapar, tendría que aceptarlos en su habitación, para luego aceptarlos en su mente. Sin siquiera preguntárselo (por mera cortesía), los fantasmas comenzaron a mostrarse sin inhibiciones, atacándola con sus formas y sus símbolos:

Todo lo que la rodeaba se deformó y los murmullos de algunos motores en la calle cesaron. El tiempo perdió significado y su pulso se le paró. Detrás de sus ojos lo vio, parado, observándola. Recordó la electricidad entre ellos, y la forma en la que lo había violado con los ojos. Un segundo de su imaginación equivalía a diez horas de hacerle el amor.
Ese episodio había sido lo más alentador y a la vez desesperante que le había sucedido. Nunca había estado tan ávida de él en su vida. Todo lo que quería era estirar sus manos, no pensarlo y simplemente dejarlas actuar libremente. Saciar su sed de tocarlo y de tenerlo con ella, aún sabiendo que era sólo un momento en la eternidad.
Era algo tan nuevo, tan único... tan íntimo.
Y no quería animarse a pensarlo siquiera, pero una ilusa parte de su mente le decía en susurros que él no estaba lejos de sentirse igual. Descartó aquellos pensamientos y se dispuso a continuar con el abrazo que ahora los unía. Una, y otra, y otra, y otra vez. Tan disimulados y casuales que no se notaban, pero se producían... y nadie lo impedía.
El amor la embriagaba al punto de reírse como una tonta y no poder pensar con claridad. En algún que otro momento de estupidez se le escaparon de la boca ideas brillantes pero poco convenientes. Sólo quería vivir el momento, quería sentir que por una noche más ella podía ganar. Sólo una.
¿Quién era el cobarde ahora? ¿Quién tendría que ceder para que las cosas sucedieran finalmente? ¿Qué consecuencias traería para aquel que cedió, el hecho de haber cedido?

Los fantasmas le recordaron cada contacto, cada mirada, cada momento de deseo irrefrenable y cada grito desesperado que pugnaba por desgarrarle el pecho.
Se dio vuelta violentamente sobre el colchón y, con todos sus fantasmas dando vueltas por la casa, le gritó a la almohada en el oído que lo amaba con locura.

06:10 a.m in my room, surrounded by ghosts.

domingo, 17 de abril de 2011

Open the past and present now and we are there.

Era extraño estar ahí y escuchar las mismas palabras que se escuchaban casi seis meses atrás, pero en contextos totalmente diferentes. Sin embargo, la emoción era la misma. Tendrían que haberlo visto con sus propios ojos... aunque, justamente, la imagen era capaz de engañar hasta a los ojos más escrutadores.
Desde el cómodo asiento del conductor de "mi" auto, con la ventanilla baja y el viento fresco pegándome en la cara, la vista con el sol acariciando el predio que se ocultaba tras una muralla de pinos y árboles con diferentes tonalidades de verdes, amarillos y marrones era preciosa. Mientras daba vueltas en círculos con el vehículo, noté que si se fija la vista en aquellos pinos que reflejaban el sol de las cinco de la tarde en sus hojas, y uno deja volar la imaginación, casi pareciera que lo que se oculta detrás de ellos es nada más ni nada menos que el paraíso terrenal.
Para algunos, como por ejemplo para mí, lo es (de una forma sentimental, claro está). Sin embargo, detrás de aquellos árboles no hay nada más que pasto y algunas construcciones consumidas por el tiempo. Pero aún así, y a sabiendas de que el lugar no era más que un viejo predio, tuve que pedir silencio para poder apreciar el coctail de sensaciones que me provocaba estar ahí. Sólo me faltaba la agitación, la gente empujándome apurada y ansiosa, el olor de la gloria, y aquel en particular: Mi DKNY.
Sí, lectores. Mis recuerdos tienen perfumes característicos. Y yo, fiel a mi costumbre, cada vez que realizo una actividad que me acerca, ya sea de manera figurativa o real, a aquello que asocio con este predio en particular, me rocío con mi "Be Delicious" by DKNY.
En conclusión, esta entrada tal vez no tenga mucho sentido para ustedes, pero les juro que no hay nada más nostálgico y a la vez emocionante que encontrarse tratando de vislumbrar un escenario detrás de una cortina de hojas multicolores que se balancean con el viento. O tal vez una simple señal, algún movimiento familiar que nos transporte de nuevo a aquel día que durará eternamente... y todo esto siendo consciente de que, no importa cuánto nos acerquemos, eso que buscamos ya no estará allí esperándonos.
Pero aún así, si buscamos en nuestro interior y revolvemos esos recuerdos que se encuentran bajo llave dentro nuestro, aunque sea un espejismo, veremos todo lo que nuestras memorias tengan para mostrarnos.

Y, si tenemos suerte, incluso hasta quizás podamos escuchar la música...

sábado, 2 de abril de 2011

I was only dreaming of another place and time.

Entró sintiéndose el ser más pequeño del mundo. Llevaba un bolso con ella, y lo sostenía con fuerza, producto de la ansiedad que hacía que le temblaran levemente las manos. Aún así, su semblante era tranquilo, en su mente todo era paz, equilibrio, y un sentimiento de realización prevalecía en su cuerpo. 
Caminó haciendo un suave y seco sonido con sus zapatos sobre el suelo de mármol, y llegó al Champagne Bar. Enseguida le llegó un aroma a café que le llenó los pulmones y el sonido del silencio la relajó. Era la gloria.
Sus ojos recorrieron el lugar, maravillados.
En la decoración de aquel precioso salón, predominaban los colores cálidos. Aquellos colores, junto con el aroma, la reconfortaban y hacían que se sintiera calentita dentro de su tapado negro. Las paredes, de un delicado color champagne, estaban iluminadas por los descomunales candelabros que colgaban del techo. Los enormes ventanales estaban flanqueados por larguísimas cortinas de color naranja. Las sillas y sillones eran color crema, con detalles en dorado.
Se sentó junto a un ventanal en uno de los rincones, aún olisqueando el café que todavía no había ordenado. La cálida luz crepuscular le bañaba la mitad del rostro. Alargaba sobre su mejilla izquierda la sombra de su nariz sobre su piel, y, en la mesa, la sombra de sus dedos tamborileando suavemente sobre el mantel. Los estiró y observó las sombras estirarse con ellos. Finos como palillos, los dedos bailoteaban en el aire y sus sombras los imitaban.
A su alrededor, aún escuchaba a la perfección todos los ensordecedores sonidos del silencio.
Estando allí, todas las sensaciones las vivía más a flor de piel que nunca. Si cerraba los ojos podía oír palabras que jamás se habían dicho, oler aromas que jamás había olido, degustar sabores que jamás había probado, sentir el roce de cosas que jamás había tocado... pero que ella alguna vez pudo imaginar. Tanto era así que por un momento, incluso, pensó que si estiraba las manos, se encontraría con aquella persona, que tanto hubiera deseado ella que la estuviera acompañando, sentada en la silla enfrentada a la suya, del otro lado de la mesa.
Había hecho ese viaje sola, con el propósito de tener la libertad de tomarse su tiempo para asimilar los lugares que recorría, y las cosas que veía, oía, tocaba... Para poder emocionarse sin tener que darle explicaciones a nadie. Para vivir su propia historia.

Oyó un carraspeo y abrió los ojos. La silla la encaraba vacía con el respaldo pegado al lado opuesto de la mesa. Aún estaba sola.
"Buenas tardes, señorita", el mozo saludó  muy cordialmente, y luego le tomó el pedido. Ella,  dulcemente aturdida, se limitó a ordenar el café que tanto se había hecho desear desde que traspasó las puertas del Champagne Bar.
Acto seguido, el mozo se fue rápidamente a pedir el café, y ella quedó sola nuevamente, mirando por la ventana, obnubilada. No podía creer lo que veía afuera: Todo a su alrededor parecía bañado en oro, tanto dentro como fuera del Bar. Incluso la calle, los autos, las personas, las palomas, los árboles... todo, todo, todo empapado de sol de las seis de la tarde, de un otoño bastante fresco.

La gente se paseaba abrigada, algunos solos, otros acompañados, algunos apurados, otros llevando un ritmo lento, libre de presiones. Algunos osados preferían colores llamativos, y otros clásicos usaban negro. Gente mayor, niños, jóvenes adultos, perros, gatos. Todos bailando al compás de la música de la libertad.
Era fantástico, todo un espectáculo.
La vista la emocionaba y la tocaba tan profundamente dentro de su ser que de pronto necesitó a alguien para compartirlo. Miró a su alrededor y notó que nadie se sentaba en el Bar, además de ella. Ni siquiera los que se hospedaban en el hotel.
Y fue en el mismo momento en el que el mozo regresó con el café, que unas lágrimas melancólicas se asomaron en sus ojos.
Miró al muchacho, que no era mucho mayor que ella, y tomó el café entre sus manos antes de que él pudiera apoyarlo en la superficie de la mesa. Le sonrió con afecto y gratitud mientras ponía sus dedos alrededor de la taza caliente. Al mismo tiempo, aprovechó y miró a su alrededor nuevamente para corroborar que no hubiera nadie más a quien el mozo debiera atender.
Entonces en una silla a tres mesas de distancia, un hombre con una campera de cuero, ojos verdes y pelo oscuro, la miraba fijamente. Le costó darse cuenta de que era aquel hombre a quien ella había estado esperando ver. El corazón se le aceleró a tal punto que hizo que le temblara todo el cuerpo. La sorpresa trajo consigo lágrimas aún más gordas que se resbalaron silenciosamente por sus mejillas.
Se incorporó rápidamente para salir corriendo hacia su mesa, pero las piernas no le respondieron a la hora de avanzar.
Sólo cuando el mozo murmuró "No, por favor, déjeme a mí", se dio cuenta de que aún tenía las manos en la taza caliente, al mismo tiempo que él la sostenía para dejarla sobre la mesa. La soltó para que él la situara en su lugar. "¿Se le ofrece algo más?" preguntó el mozo. "¿Se encuentra bien?"

Volvió a mirar en dirección a donde estaba el hombre de la campera de cuero, pero él ya no se encontraba ahí. En su lugar, la silla estaba vacía, fría, inmóvil.
Confundida, se sentó a su mesa nuevamente, y asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta del mozo. Miró la taza de café, y entrecerró los ojos oliéndolo de cerca. Su aroma era fuerte, y, a la vez, dulce. Aún no había podido apreciar el olor íntimamente, como sucede luego de que el líquido se resbala por la garganta; pero sabía a ciencia cierta que el perfume de aquel café describía exactamente sus emciones estando en aquel sitio, habiendo visto lo que vio.
El aroma de un café es el verdadero olor de la melancolía y la nostalgia.
Una lágrima residual que había quedado colgando de sus pestañas, terminó cayendo dentro de la taza humeante. Luego, abrió los ojos y miró hacia afuera. La puesta de sol seguía su marcha, ocultando a cada minuto el sol un poco más.
"Sí." Dijo ella, ahora clavándole la mirada al mozo, que aún aguardaba su respuesta. No reparó mucho en sus facciones, pues aún seguía encandilada por el sol y la imagen de aquella campera de cuero, pero estaba segura de que era bien parecido. De todas maneras eso no le importó en absoluto, dado que en ese momento todo lo único que quería era... "En vista de que no hay nadie más en el salón, ¿por qué no se sienta y me acompaña?".

Sueños que me ayudan a dormir.