miércoles, 23 de octubre de 2013

Eerie colors.

"Poner un disco eterno, y moverme tornasol. Un espíritu, a veces seguro, otras veces incierto. Quiero descubrir por qué este deseo crece. Entre los dos pasa un meridiano, latitud de vidas paralelas. Abrir el sueño stereo, crear la dimensión. Sin disimular me voy desnudando con cada sonido". Soda Stereo.


Viendo diamantes, escuchando luces donde no hay nada para vislumbrar, pues la ceguera de colores es demasiado nítida.
Allí me encontré con la percepción arrancándome pedazos de piel, mientras mi cabeza no dejaba que centrase la vista en nada que no fuera sonido. Abstraída en un manto de sensualidad que nadie podía percibir sino yo, esperando que el objeto de mi deseo encontrara el camino hacia mí. Perdida y hallada en algún lugar de esta dimensión que combina humo de cigarrillo, música de algunas décadas atrás, y un poco de nostalgia ante lo que alguna vez (no) fue (tan) mío.
A mi lado, un compañero de sinapsis se unía a mí telepáticamente. A mi alrededor, vida y sonidos armónicamente dispuestos y ordenados en forma de melodías conocidas. Me bamboleaba, imitando los movimientos de mi cabello en el viento. Sin ver, sólo oyendo lo que mis ojos habían decidido no percibir para dar lugar a la recepción aumentada que gozaba el resto de mi cuerpo. 
Y en el medio de lo que ya parecía un ruido blanco... Cuatro cuerdas inesperadas. Una bomba estallando en mi pecho. Los pies dejaron de moverse en una abrupta sensación de estar recibiendo anestesia local. Mi cuello recordó que se había dado a la tarea de sostener todo aquel mundo que implica mi cabeza, y se estiró en un impulso de reencontrar la claridad de mis ojos con la procedencia de aquel sonido tan mío. Tan suyo. Tan nuestro.
Lo observé brillar bajo el haz de colores que combinaban con su aura. Se movía como si tuviera un sable entre sus manos, el cual sostenía en posición transversal a su pecho. Con él, estaba creando, estaba interpretando, estaba respirando... Y logró hacerme sonreír ante la certeza de que jamás podré ignorar su impronta. 
Y es que su alma y la mía tienen tanto que ver...