miércoles, 31 de diciembre de 2014

La falsa memoria.

Caldeados en memoria, una memoria que para algunos no es más que el recuerdo de una historia de terror que contaban en los noticieros. 
Yo soy una de esas memoriosas falsas, que cree recordar el lamento y la urgencia de las sirenas en la avenida. A una tía ya muy vieja, espantada entre el brindis de un año nuevo paralizante, "yo escuchaba a los bomberos. No paraban de pasar por mi casa, ¡quién se hubiera imaginado!". La recuerdo a Rosa todavía, con ese tono de vecina indignada, asombrada por la tragedia. 
Recuerdo a mis padres con los ojos abiertos como un dos de oro, "Dante estuvo ahí. Llegó tarde". Decían que el tío Luis fue a buscarlo, y relataban cómo fue perdiendo su humanidad poco a poco mientras rastreaba a su hijo entre el hollín y los fallecidos en la vereda. Dante estaba vivo... Y ayudando a los que aún pugnaban por salir.
Se rumoreó en la familia, durante el almuerzo en una larga mesa en la galería de la casa quinta de Pierino, que a Dante lo tuvieron que bañar esa noche, su piel teñida de negro, sus ojos perdidos, inmerso en una confusión de la cual ya se había salvado. Pero la música ya no sonaba, los gritos eran todo lo que su memoria le permitía revivir del recital de la noche anterior. Y tal vez la falsa memoria le había implantado el recuerdo de las lenguas de fuego acariciando las vidas de todos, consumiéndolas lentamente. Nunca supe si logró avistar las llamas, si supo algún nombre, si de hecho la gente que él rescató del recinto hoy vive, o si sonríe desde las fotografías en el santuario.
Pero sí recuerdo a mi inocente prima Bianca, de cinco años en aquel entonces, acercándose a mí en total confidencia aquel primero de Enero, murmurando que la noche anterior Dante no hizo más que aullarle a la luna en el balcón.
Supongo que no podré jamás sentarme a entrevistar al primo Dante, tal vez no tenga nunca la valentía de mirarlo a los ojos mientras lo obligo a desenterrar la amargura.
Pero por eso vine acá, a hablarles de una memoria que jamás tendré. La memoria de mi primo, la memoria de quienes hoy lloran un hijo. Mi compasión radica en que bien podría ser yo hoy quien ponga lágrimas en los ojos de mis familiares. Podría ser yo quien por sentir un poco más de música enmendando mi alma, por gritarle al viento, por levantar un puño, se vea envuelta en un manto de oscuridad y tragedia, sin salida.
Y acá entre tanta gente reunida, sólo puedo pensar en la cantidad de niños que veo subidos a los hombros de sus padres, niños pequeños, con menos memoria que yo. Niños que vienen a defender un ideal que aún no terminan de elaborar en sus mentes, pero que sienten bien profundo en el alma. Y me pregunto si mis razones para estar acá son realmente producto de una falsa memoria. 
Veo al vocero de mi verdad rasguear una guitarra, curando con arte el silencio de la muerte. Quiero pero no puedo sonreír, no puedo elevar mi voz, no siento su canción invadiéndome. Me siento sola entre tanta convicción.
Y mientras camino por la 9 De Julio, pienso en lo instintivo y primitivo de la lucha por la salvación, de la pérdida absoluta de la humanidad, de la desesperación por inhalar una bocanada de vida. Ahí donde yo también me hubiera convertido en un hombre de Cromañón.

martes, 4 de noviembre de 2014

Buena noticia.

 "La buena noticia sos vos". Lisandro Aristimuño.

"Buena noticia", decís...
Buena noticia es ese par de ojos grises que te bendicen en la oscuridad y se enamoran de tu aliento amplificado, bajo las luces que te iluminan pero no te dejan ver. Buena noticia es el pasto verde de Noviembre en una entrega incondicional de aquella blanca mujer que te regaló un silencio en el cual hacerte eco y revivir. Buena noticia es ese desnudo que a diario reactivaba la sangre en tus venas: Su cabello rubio acariciando sus firmes pechos resplandece junto al velador, y su mano de talco cae displicente sobre su pubis, ocultándolo parcialmente como si jamás lo hubieras degustado. 
Buena noticica sería degustarlo una vez más.
Buena noticia es ese incienso ardiente, tu sonrisa que ella amaba ver amanecer cada vez que abría la puerta. Buena noticia es desnudarla y enredar sus muñecas en tu nuca. Buena noticia es un Octubre de cuatro letras y una planta en ese balcón.
Buena noticia... ¿Qué será una buena noticia para vos hoy?

viernes, 5 de septiembre de 2014

Té para tres.

"Hoy saldrás por la ventana (...) de una vida a otra vida". Gustavo Cerati.

Sutil y gradual, la mañana gris abrió mis ojos en el momento exacto en el cual los tuyos fulminaban todo optimismo. Perdiendo una guerra que nos tenía atrapados, rehenes en una celda sin paredes, detenidos en la vulnerabilidad de la carne, repitiendo mantras imitando un sonido que nos une en este repudio a la fatalidad misma de acariciar el final.
Por momentos no puedo explicar mi desconsuelo, ¿es que acaso pensaba yo que podías renacer? ¿De qué cenizas pretendía verte resurgir? Fénix de mis sentimientos más puros, tal vez los latidos de tu corazón me proponían la alternativa a dejarme caer, no sólo ante la esperanza de que nos envuelvas en luz y en arte, sino ante la expectativa de recuperar todo aquello que alguna vez fue mío (nuestro) gracias a vos y a la ruta, a una guitarra, a un palo santo y un colchón. 
Hoy lloro porque se fue algo más que una presencia, algo más que un pulso, algo más que la prisión de mil ideas que pugnan por unirse al cosmos: Hoy lloro porque sin vos me queda el amarillo sin amor. Porque temo que sin tu ángel nada ni nadie nos vuelva a guiar donde pertenecemos. Porque camino por la calle sin entender cómo la ciudad sigue fluyendo en su furia, y me pregunto entre lágrimas si alguien más se siente solo sin vos. Porque "el metrónomo de Dios puso el tiempo en suspensión", y tal vez yo me olvide por un instante que el té hoy se sirve para uno.

martes, 2 de septiembre de 2014

El nenito.

Desde la puerta se para sorprendida con un mate en la mano, se detiene el tiempo y observa la escena: El nenito acaricia las letras del diario con los ojos, sin decodificar el mensaje, debajo de los árboles en el porche, sentado en la reposera anaranjada inhalando la brisa veraniega de su pueblo natal. Ese pueblo que ama, que aún siente propio aunque ya no sea el mismo. A veces finge que conoce a los vecinos y a las nuevas familias, saluda con la confianza de pueblerino a todo aquel que pase por su lado durante las tardes que disfruta en la vereda, sólo para sentirse residente un verano más. Suele tener problemas para diferenciar a los Scardellato de los Ward, pero poco le importa cuando inclina la cabeza implicando el cordial saludo por defecto que todos se llevan como souvenir cuando el nenito sale a tomar fresco
"¡Y que se vengan todos, desde Arenales hasta Santa Isabel! ¡Pasen y vean mi casita, mi pueblito, a ver cuál es más lindo, a ver cuál es mejor!", el nenito orgulloso de su procedencia, embelesado ante la plaza del pueblo y sus colores, sonríe ampliamente y contagia a los lugareños. Se pasea por su casa, y canta cuando la luna serena baña con su luz de plata. No está quieto, no deja un rincón sin barrer, y despierta en su imperfecta memoria los recuerdos de su vereda y sus árboles cuando las calles eran de tierra y la laguna era la piscina más propicia para la juventud. Un chapuzón, y la vieja ya estaría en casa esperándolo al grito de "¡parecés un negro catinga, lleno de barro!", con un buen chirlo, el batón perfectamente planchado, y la mirada severa bajo el tirante rodete. Las carreras de sapos y las cacerías de arañas y babosas también habían tenido lugar bajo los árboles, y vaya uno a saber qué decía la vieja cuando encontraba a los anfibios dando vueltas por el patio con cordeles atados al cogote. 
Pero hoy el nenito apenas se sienta en la vereda a leer el diario, en silencio, en pausa entre las hierbas. Quién podrá asegurarnos que el diario fue impreso el día de la fecha, o si acaso nenito busca actualizarse con una edición que ya pertenece a la historia. Pero lo cierto es que para él, toda información es novedad y pronto olvido. Se sienta ya sin su cabellera azabache, luciendo su tupido bigote canoso en la serenidad de la calle vacía de pueblo por la tarde. La cigarra le paya sobre las hazañas de algún chacarero que ya no vive para recitarlas él mismo, y el gato de Pochola maúlla un chusmerío sobre el dueño del café de la Sociedad Española. 
La peluquería a sus espaldas decidió abrir esta tarde, producto del aburrimiento de don Chiquito. Recibe a su clientela de ancianos ya encariñados con sus manos temblorosas: El recorte habitual los remonta a las viejas épocas. A don Chiquito aún confían su aspecto de caballeros. Disfrutan de las breves charlas sobre vaya uno a saber qué, viviendo una cíclica rutina, cómoda y agradable. 
El nenito oye la rasuradora a sus espaldas, que vuelve la payada de la cigarra en una de contrapunto. Pasan bicicletas frente a él, y una chata apenas altera los sonidos que lo mecen entre recuerdos que su mente tal vez no logra rescatar, pero que el alma sabia reconoce como constituyentes de su ser. 
Mientras, él lee bajo el árbol, con los pies venosos y descalzos sobre la tierra de la vereda. Respira felicidad y paz.
"El nenito" Gutiérrez, como el pueblo alguna vez lo conoció, ignora por completo que a sus espaldas su nieta le escribe mil poemas de amor.

domingo, 31 de agosto de 2014

Aroma índigo.

"Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes. Tristes." Miguel Hernández

Desde la noche que Índigo entró al bar, cargando consigo un semblante inocente, humilde y resignado a la sorpresa, Lucía vivió su vida hasta el día de hoy con incontables interrogantes respecto a él. Pero el único que jamás logró responder, y tal vez sea el motivo que aún la conduce hasta su departamento de tanto en tanto, se trata de una banalidad tan intrascendente que, por capricho, se ha convertido en el eje de su mundo.
Desde aquella noche que la intriga y el aburrimiento derrumbaron hasta al más fuerte, y el destino los juntó en aquel antro de San Telmo, Lucía no pudo olvidar el aroma de Índigo. 
Recuerda las luces amarillas de la calle empedrada apenas distorsionando el color de su abrigo verde al pasar junto a la ventana en su paso hacia la puerta. Ella abrió los ojos con alegría, y anunció a sus acompañantes, quienes se esforzaban por parecer desinteresados, que Índigo había llegado, ¡y el alivio de comprobar que era él, y ningún otro!
Orgullosos, los hombres guardianes que rodeaban a la frágil Lucía se aglomeraron con disimulo a su alrededor. Como si pudiera leer sus mentes, ella comprendió que en el interior de cada uno de ellos se gestaba la más intensa envidia, pero que ninguno dejaría entrever ni un dejo de su mezquindad. En cuanto Índigo cruzara la puerta, todos actuarían como si no supieran su nombre, ni reconocieran su rostro. Inalterables, displicentes, nadie le daría el crédito que merecía. ¡Insolente el artista que vino a encantar a la muchacha! ¡¿Qué sabrá él de esfuerzo?! ¡¿Qué sabrá él del barrio?! Descarado intruso...
Índigo fue guiado hasta la mesa por una blanca y fina mano que ondeaba en la oscuridad. Esquivando algunos cuerpos que le daban la espalda por soberbia, logró encontrar el rostro de Lucía debajo de aquel flameante brazo fosforescente. Sus pequeños ojos calmos la envolvieron en ternura, le sonrió con la calidez natural de dos extraños que se encuentran, y se inclinó hasta poder besarle la mejilla. Lucía inhaló por primera vez la fragancia de aquel hombre. No supo describirlo de inmediato, simplemente cerró los ojos y se detuvo a inspeccionar en su memoria buscando una atribución que justificara la hipnosis que provocó en ella aquel oleaje placentero que se introdujo en su nariz y acarició su garganta. Al principio, se le antojó dulce, cremoso, tranquilo... Pero luego, por alguna razón, pensó en una tabla de madera rústica, sin procesos, simple y fresca. ¿Quizás alguna especia hindú?  
Harta ya de no lograr dilucidar una posible respuesta, se dedicó a disfrutarlo. Se dejó llevar por los efectos inmediatos que producía en ella. Jamás se hubiera imaginado que aquel efluvio podía remitirla a su propia esencia, percibirse ella misma al sentir la familiaridad del aroma que emanaba la piel de aquel sujeto sin voz, el intérprete de ideas ajenas que hablaba a través de canciones cuya autoría no le pertenecía necesariamente.
Índigo y Lucía supieron amarse una breve temporada. Vieron soles y lunas, cielos convertidos en agua, y así las teorías metafísicas fueron convenciéndolos de que se conocían de otra vida. Se preguntaron una y otra vez, mirándose a los ojos con absoluta perdición, acerca de la sorprendente sabiduría del universo que, una vez más, había logrado unirlos karmáticamente. Y aún así, Lucía no podía dejar de lado su humanidad. Entonces se dedicó a intentar adivinar en silencio, con los ojos empapados de ilusión, la procedencia de aquel perfume que la enloquecía. Día tras día, en su presencia y en su ausencia, sola en su cuarto anaranjado bajo la luz del velador, y mientras hacían el amor en casa de su amado, sometidos a la energía de las estrellas, ciegos en una oscuridad apenas perturbada por los astros. 
Se tendía sobre su cama durante horas, buscando en las sábanas el perfume de Índigo, pero aquel dejo de dulzura que hallaba no le hacía justicia. Sospechó una mañana, mientras abrazaba su espalda en la frescura matinal que les permitía atesorar la vista desde el ventanal, que el perfume de Índigo era el olor natural de su piel... Su nariz, hundida en su remera blanca mientras él buscaba la canción ideal para sazonar su despertar, bebió sin parar la esencia imposible de catalogar que exudaba su carne. 
Era un efluvio seductor, cómodo, casi un reflejo del mismo Índigo. Pensó en la llama pacífica de una vela, o tal vez en un café suave que calienta el cuerpo en una cabaña en medio de la montaña. Pensó en la frescura de los azahares en el medio del campo, y en el olor de las nubes una tarde de Marzo. Combinó el rocío sobre el pasto en un día caluroso, con una fogata en el medio de un bosque. El aleteo de un colibrí junto a una flor, y las maderas crujientes del suelo de una biblioteca.
Nada se asemejaba.
No se sabe con exactitud por qué. Tal vez ella llegó a pensar que se había acostumbrado al cuerpo de Índigo, tal vez un día logró entrar al departamento de su amante sin detenerse en las alteraciones placenteras de su ser al atravesar el umbral. Tal vez el día que dejó de buscar una explicación al embriagador y dulce aroma de Índigo fue el día en el cual él decidió alejarse de ella sin dar muchas explicaciones.
En su locura, Lucía persiguió con desesperación su sombra hasta los lugares más recónditos de la capital. Pero Índigo ya no era reconocible ante ella, estaba distorsionado por la imagen, el sonido, las circunstancias que lo rodeaban frente a los ojos de Lucía. Tal vez fueran las luces de colores, o quizás la lejanía de sus cuerpos que no les permitía encontrarse mediante el roce. El hedor del tabaco y la densidad del olor humano lo volvían ordinario, y el tétrico espectáculo que ofrecía a Lucía, en el cual él se mostraba encantador con un desfile interminable de mujeres vulgares, terminó por convencerla de que jamás volvería a llevarse una impresión acertada de Índigo. 
Fría de decepción, continuó buscando aquel perfume, con la esperanza de volverlo propio y llevar consigo siempre el recuerdo más valioso de Índigo.
Olfateó discos de Gustavo Cerati, vinilos de The Beatles, y hasta libros viejos. La canción "Julia" por poco la engaña, rociando sobre su rostro una fragancia similar a la que ella buscaba exhaustivamente.
Se animó a meter su nariz en el arte de Índigo, inspeccionando cada aspecto del mismo, y, si bien halló apenas una sensación de familiaridad al dar con la impronta inconfundible de su ex amante, no lograba reconocer el perfume. Probó con la pintura y la escultura, buscó invadir su garganta con el aroma de los colores, probando el color índigo con detenimiento, pero no logró demasiado. Olfateando acrílicos, oliendo con los dedos y los ojos. Los relieves ásperos la alejaban de la percepción deseada, y los colores cálidos la guiaban falsamente hacia la respuesta. 
Recorrió ferias, santerías, y llenó su casa de sahumerios: El sándalo la reconfortaba, pero apenas si le recordaba a Índigo. Acercó sus sentidos a dioses hindúes, pero Ganesha y Krishna le dieron la espalda. 
Los días de la semana también traían consigo brisas diferentes, y por algún motivo los jueves siempre la despertaban con una melancolía profunda en la nariz. Sus vías respiratorias sofocadas por el llanto y la nostalgia no le permitían oler el mañana. 
El tiempo pasó, invadido por una fragancia nueva cada día. Quizás pasó más de un año, tal vez casi dos, cuando una tarde de Agosto Lucía se subió a un colectivo y se sentó mientras leía un libro de Borges con el ceño fruncido, sumida en las palabras del autor, buscando inspiración en las luces de avenida Callao. Fue entonces cuando escuchó la puerta delantera del vehículo abrirse, y el viento punzante de las siete de la tarde la hizo tiritar. Sin perder la concentración, notó que una muchacha delgada se acercaba a pagar el boleto. Una vez realizado el pago, la extraña continuó su paso ligero hacia el fondo del colectivo, dejando detrás de sí una estela de perfume. El característico de Índigo. 
Lucía levantó la mirada de inmediato, pero ya no pudo reconocer a la mujer entre los pasajeros. No se animó a recorrer asiento por asiento hasta encontrarla, de modo que decidió pasarse de su parada habitual, y esperar que la muchacha descendiera por la puerta trasera, para reconocerla cuando el viento revolviera su cabello y su ropa, percibiendo así la fragancia que la obsesionaba.
Unas cuantas paradas luego, la mujer se acercó a la puerta y se bajó con rapidez. Lucía la reconoció, e hizo lo propio. La persiguió con parsimonia media cuadra. Al llegar a la esquina, oyó una voz de mujer. Miró a su alrededor y vio a la muchacha del colectivo saludando a otra, quien al levantar su mano para implicar el saludo, se refirió a ella como "Cielo". Con su nombre ya grabado en la memoria, Lucía abandonó la cacería.
Días más tarde la venció la desesperación, y citó a Índigo. Los ex amantes se encontraron en el departamento que los vio hacer el amor tantas veces. Lucía fue muy bienvenida, y hasta logró sentirse cómoda frente al hombre que con absoluto descaro la ignoró durante tanto tiempo teniéndola enfrente. Aquel que se paseaba con lujuria frente a sus ojos sin siquiera mirarla. Como si todo aquel despliegue dantesco fuera tan solo una puesta en escena, se encontraron como si el tiempo no hubiera erosionado su vínculo en absoluto.
Embriagada por el perfume que ya conocía (y reconocía), procedió a hacer la pregunta que jamás pensó que tendría que formular. Articuló con dificultad su duda mirando fíjamente a Índigo a los ojos. Aquellos ojos pequeños y dulces. 
"¿Por qué es que no puedo hallar tu esencia por ningún lado? ¿Qué te hace tan especial a mis sentidos?"
Índigo la escuchó durante un largo rato mientras le contaba la historia de su obsesión por el perfume, observándola con cierto dejo de tristeza. Finalmente la miró como si por fin Lucía hubiera descubierto su secreto mejor guardado, y tras un rato largo de silencio, dejó escapar las palabras que unirían a las únicas dos personas en el mundo que olían idénticamente:
"Lo que más me asombra es que te hayas aferrado con tanta premura al único detalle de mi ser que no puedo cambiar. Lo que percibís de mí no son más que esperanzas derrumbadas, amores perdidos. Mi olor, para algunos dulce, para otros fétido, es la única expresión de mi carne, la transpiración de mi alma entristecida. Es el más puro aroma de la nostalgia, pues me constituye en mi totalidad aquello que me condena eternamente: El hecho de haberme ganado el Cielo, y haberlo abandonado".

sábado, 30 de agosto de 2014

Hombre en llamas.

"Son sus ojos la felicidad, mis tristezas se notan, él lo entiende sin más (...). Y mi satisfacción aparece al cruzar tu mirada, para mí que estás pensando igual que yo". Alejandro Kurz. 

Nos calla el silencio de un frío día de invierno. Todo lo que se oye detrás del monoblock son mis pasos apurados y mi cabeza que no para de hablarme del mal humor. El barrio ya escuchó los saludos matinales, y ahora sólo se ven ademanes cordiales sin palabras. El sonido envuelto en una pausa que alimenta mi sensación de vacío.
Nosotros.
Caminando uno al lado del otro, para mí es sólo un día más, para vos es el cielo y la brisa. Para mí es un andar melancólico, para vos es descubrir el mundo desde tu humilde inocencia. Te miro de reojo, tu pecho se ensancha al doblar la esquina, la calle es angosta y corta, el sol nos pega de frente y nos achina los ojos. Nos detenemos, y te apoyás firme en el cemento, erguido y adorable sintiendo tu peso. Mirás fíjamente hacia adelante y con tus redondos ojos negros, torcés la cabeza hacia un costado sin perder de vista el final de la cuadra. Me intriga el objeto de tu escrutinio, pero insisto suavemente por lo bajo, ¡vamos!, y doy el primer paso justo cuando el viento comienza a soplar: Mi instinto resuelve que tus ojos observaban la vida.
 Algo se activa en nosotros, algo que nos habla de libertad. Tus cortos pasos se transforman en saltos, te observo resplandeciente bajo la luz del mediodía. Me contagia tu sabiduría, te acompaño en un trote que busca devolverle energía al suelo, a la naturaleza, al tiempo. Me mueven las ganas de verte jugar. La adrenalina se vuelve carne en el movimiento incesante de nuestras piernas, un paso tras otro exorcizando mis tristezas. Ninguno conoce de cadenas ni correas, sin preguntar ni coordinar, nuestro paseo se convierte en un vuelo sobre la tierra. 
La velocidad te obliga a hacer muecas que me llenan de amor mientras aprecio cada metro recorrido a tu lado. El tiempo parece acelerarse, y escuchamos la música que el silencio de La Boca no te permite percibir cuando te atrevés a transitarla con la mente atormentada. Cada zancada es la risa de un niño, el canto de un ave, el latido de tu corazón. 
Se nos abren las venas, y aún sin ser del todo independientes nos sentimos los seres más autónomos del universo. La brisa en mi cabello ya no importa, mis pasos pesados y nostálgicos ahora son revolución, buscan la salida, encuentran el lado positivo de mi canción de amor. Se me escapa una carcajada al mirarte y saber que me sonreís sin curvar los labios, sólo escucho tu respiración agitada que deja entrever tu entusiasmo.
Corriendo contraviento, blancos bajo el sol, me compartís tu pureza y te la devuelvo con los ojos llenos de horizontes.

sábado, 23 de agosto de 2014

Norwegian wood.

"Frente al ventanal nos pusimos a jugar a decirnos la verdad que más engaña saber" Gustavo Cerati.

De espaldas al ventanal, oyendo una historia en loop, las estrellas cesan su brillo y ceden la búsqueda libidinosa de la noche a la concreción que trae la mañana, creando un pequeño puente entre el horizonte apenas teñido de naranja, y la tenue, casi inexistente luz procedente de la habitación. El aire busca mezclar sus fragancias en el latente amanecer.
Se desintegran los disfraces ante el rasgueo de una guitarra que ha caído acertadamente en las manos equivocadas: El lobo se vuelve hombre, la dama deja el orgullo. Decide amarlo por lo que es mientras toma con sus oídos una copa de luminosa melancolía, que se traduce detrás de sus párpados como el recuerdo de la helada y vieja estación que supo conducirla a los brazos de la esencial libertad.
Un remolino en el pecho, su sangre se vuelve brisa que la mece, que la embebe en el tibio tamiz a través del cual experimentó los estímulos de aquel invierno. Disfruta del aroma de las hierbas, y del sol de las diez de la mañana mientras las estrellas siguen resplandeciendo en el cielo de la ciudad. Los dedos de un ser angelicalmente corrupto la transportan a dos mundos paralelos, a dos vidas diferentes conectadas por sus cuerdas vocales entonando canciones provenientes de Liverpool.
Esta madrugada no existe el tiempo, no hay pasados ni presentes, sólo existencia que converge con la insistencia en un maravilloso respirar, en un intrincado raciocinio que no permite que las heridas se interpongan ante el deseo final. Él le canta al oído, y aquel florece en su pecho. Vive reiteradas veces las mismas vidas. 
La dulzura de las cuerdas los encuentra enlazados, y luego los libera cuando el día rompe la calma de la oscuridad. 
¿Quién podría decir que conoce de nostalgia, si no los oyó cantar ni los vio amar junto al ventanal?

miércoles, 13 de agosto de 2014

Luego desperté.

"No camines solo, quiero caminar con vos que en esta vida todo es más lindo y se hace más fácil si se hace de a dos. Desata el nudo que até en mi panza, mi corazón no descansa, quiere salir a este mundo loco para empezar a latir un poco y sonreír". Adrián Berra.

Tuve un sueño en el cual te vi sonriendo, cantando canciones que te definen aún más de lo que te permitís admitir, descubriendo nuevos tonos en tu garganta que estallaba en una escandalosa liberación. Te di la bienvenida a la tierra que habitamos aquellos que no tenemos miedo.
En un onírico ideal, te desmembré, te pulvericé, te disolví en un vaso de agua, te transformé en energía y te convertí en arte cuando te volví a armar entre delicadas pinceladas: Bello como siempre, puro como un infante, sin contornos, sin límites ni trazos groseros. Sin marcas en la piel. Rompí las cadenas del karma, desaté el nudo de tu frente con una caricia del viento, artesana de tu destino.
Deseé que el tiempo no significase nada más que la duración del pulso. Busqué darte libertad, busqué hacerte entender que el no saber es vivir, y que la única certeza del alma es la alocada necesidad de aferrarse a la vida para transitarla con pasión. Como niños, como adultos, como seres que han decidido caminar juntos...
... Y sólo pude ensanchar el pecho, esperando apenas durante un fugaz segundo, que entendieses que dentro mío y a mi lado germinan la más genuina libertad y las desenfrenadas ganas de sentir.  
Pero luego, naturalmente, desperté. 

viernes, 25 de julio de 2014

La caja de Kuan-Yin.

"Se fue una noche, sin protestar, ni yo me di cuenta hasta ahora (...). No cantes victoria si decido descansar (...). Me quedé con tu guitarra recostada en la pared, y nunca más voy a llevarte en mis alas a volar". Fabiana Cantilo.

Puedo meter todos los símbolos de nuestra unión en una caja de lata, puedo enterrarte en un cajón y velarte vestida con todos los colores de la Tierra, en un luto eterno generado por la impotencia de que mi compañía no valga nada. Puedo correr un velo ante mi rostro doble, escondiendo parcialmente mi expresión de incertidumbre ante lo que aún queda de mí en vos. 
Puedo creer que el hecho de ocultar todo lo que todavía vive en mí en esta caja con el rostro de la diosa budista china de la compasión no es más que la triste coincidencia de haberte encasillado en la absurda idea de que no todo está dicho entre nosotros, sentada pacíficamente sobre una flor de loto, sosteniendo en brazos la inocente esperanza de ser tu felicidad.
Puedo también rezarle a los dioses que creo en mis sueños para encontrar las respuestas que no hallo en tus palabras ni en tus gestos.
Tal vez pueda, incluso, hacer oídos sordos a la voz de mi interior que me pide que me haga consciente de que todo caduca menos vos, y todo perdura menos yo. Quizás quiera ver a través de un caleidoscopio que todo lo embellece y lo colorea, la extraña sensación de que no seré nunca mejor que el dolor, el reproche, o el veneno.  
Me pregunto dónde habrá ido a parar la luz que quise entregarte. Me pregunto si tus ojos me esquivan para no sentir, o si me evitan porque simplemente no sienten. 
Por el momento, puedo por fin desempolvar las lágrimas que almacené en la ilusión de volverte a ver, y comienzo a hacer valer mis palabras cuando te advertí que seguiría escribiendo sobre vos.

domingo, 20 de julio de 2014

El Chañar.

"Hice a mi cuerpo amigo del viento y la distancia y le fui a buscar una verdad a mi corazón. Algo tan grande como el cielo y las montañas, y tan pequeño como una gota de rocío. Y ya no estuvo más conmigo mi corazón, se fue a posar en cada una de las cosas". La Renga.

La densa oscuridad de la noche que no se anima a romper en rayos de calidez aún me rodea al aminorar la marcha, justo donde el asfalto se vuelve cemento en un pequeño salto casi imperceptible que me impulsa hacia el cosmos.
Veo las luces tenues a lo lejos, como un fuego que se va apoderando de las tierras más verdes que he visto jamás, ahora ocultas en las sábanas negras en las que se recuesta el día. Respiro profundo, lo siento próximo a mí, una hoja en blanco, un nuevo despertar. Estoy en el nirvana.
La idea es mayor a la impresión al recordar, y aún sintiendo no puedo explicar el viento y la libertad, respirando el amor de estos ojos que se miran entre sí y se reconocen siempre igual, nunca lejanos, y que se encuentran aunque hayan estado separados.
Me recibe mi historia y la que me precede, la que se repite tal vez mejorada, la que me contaron para que aprenda a vivir. Quedan de ella las pruebas irrefutables de que lo que a veces parece irreal por ser perfecto y diferente, es carne y late por siempre en la misma frecuencia que alguna vez nos unió.
Esa ruta, ese pueblo, esas luces, esos ojos, la luna, las estrellas. La respiración que se relaja, se convierte en residente, entra en sintonía, reconoce sus raíces, se deja llevar. 
Piso la tierra, firme frente al silencio, de cara a un futuro cercano que hará la diferencia... Y pienso que te quiero encontrar esta noche en la sazón de un vino, para verte mañana amanecer en una nueva vida, vulnerando el gris que me trajo hasta acá. 

jueves, 17 de julio de 2014

Bienvenida al sol y mi niñez.

"Aprovechemos que podemos hacer todo porque no buscamos nada". Adrián Berra.

"Volvería si estuvieras, pero no". 
Quizás extrañar sea lo que más quiere, mientras ve los días del calendario pasar. Sea como sea, ya no quedan uñas por morder, y el vino no aplaca la sed. El viento les recorre la sangre, convergen ahí donde colisionan las brisas de la libertad emocional, entre miradas de complicidad, y esos ojos naturalmente delineados de placer. Cosquillas en la piel y en el alma, con una sonrisa pícara que confiesa el divino pecado de la felicidad.
"Sos Casandra", elogia, y muerde el cuero de su amada. Sonríe y la derrite de ternura. Sabe quererla.
Quizás sólo él sea quien la pueda ver.

viernes, 20 de junio de 2014

Concepto que respira.

"Abstracciones que buscan definir otras abstracciones. Nosotros las creamos. Mas ellas no definen toda nuestra existencia ¿Y lo que el sentido no logra alcanzar? ¿A dónde se van cuando te miro y siento algo inexplicable?". Palabras, Alejandro Kurz.

Frente al papel blanco el lápiz juguetea entre mis dedos, desesperado por hacer su declaración. El impulso de hacerte mío a través del grafito, el temor a que alguien esté observando. Suena tu voz en mi mente, resplandece tu sonrisa al cantar, y se torna irreprimible la inconsciente necesidad de volverte realidad al exteriorizarte, cuando ya estamos tan íntimamente unidos en mi interior.
Me distraigo en garabatos sin sentido, busco la alternativa y fallo. Me enojo con los renglones, desacomodo su prolija rectitud, dibujo los latidos de mi corazón y caigo en la desbordante sensación de estar viva. Un orgasmo del alma, una vertiente de vitalidad que se reactiva con tu recurrente idea... Sin tu impresión.
Y no tolero no saber, me ahoga la vacuidad de nuestro contacto ficticio. 
En un gemido que rompe los silencios del mundo festejando una epifanía, me dejo vencer. Cae la punta a la superficie, se patina y la cosquillea, la acaricia, la besa y la abraza. El blanco se tiñe de gris, grita un vocativo, se refiere a vos. Concisa y personalmente.
Sólo quería sentir la dulzura de tu nombre en el pecho al deslizar el lápiz sobre el papel blanco, invocándote.

martes, 17 de junio de 2014

Dos días en la vida.

"Dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma de eso se trata vivir". Fito Páez.

El tiempo sigue su marcha, no me espera. Voy adquiriendo noción de los días que transcurren contando un Lunes a la vez, sin lograr, a veces, vislumbrar del todo el fin y el comienzo de una nueva jornada. Dentro mío todo se ha vuelto estático, como un viudo que busca hacer prevalecer el espíritu de su amada al no alterar ni cambiar de posición ningún objeto de su hogar: El jarrón de vidrio sobre la mesa, y las copas de cristal en el aparador no son más que evidencia de la fragilidad de esa paz que halla en su método de autopreservación falaz.
Y justo cuando siento que la soledad que se ha impuesto sobre mi cabeza no sirve de nada, dos días en la vida me convierten en mujer. 
Porque siempre aprendo algo cuando me reúno con el diablo, fui autodidacta en el arte de dormir plácidamente con el enemigo abrazado a mi cuerpo desnudo, sintiendo su respiración gélida acariciándome la espalda, cortándome la piel. Sin miedo y sin calor. Aprendí a cerrar los ojos y bloquear la mente cuando tu recuerdo asaltó mis sentidos, y me aferré a sus manos agresivas, que son la esperanza de mi líbido. Así sobreviví hasta la mañana, que me recibió con la desagradable imagen desalineada y entregada al conformismo de quien alguna vez me enseñó a brillar. Consciente de haber adoptado las costumbres del diablo en un mate matutino y un sahumerio que limpiaba el nuevo sol, me retiré del averno vomitando hielo.
Porque siempre aprendo algo cuando me reúno con el viajante, me metí en su carne y besé mis labios. Vi mi continuación en un beso espejado. La ilusión de vida que crea el espejo, la dimensión detrás de lo que la luz refleja sobre el cristal. Donde uno piensa que hay sangre, carne y hueso, donde uno piensa que encuentra un gemelo. Pero sólo hay luz. 
Me dejé mimar por mi reflejo de ojos humildes. Creí poderme enamorar de él, pero entendí que, al hacerlo, estaría enamorándome de mí.
Y entonces continué caminando, comprendiendo que tu complemento es la pieza faltante. Mi alma le quedó chica a mi cuerpo al concluir que sigo quemando tabaco, levitando sobre mi creciente sabiduría, esperando que mi luz ilumine tu habitación a oscuras.

martes, 10 de junio de 2014

La voz de tus instintos.

"Hoy sonríe por saberse diferente, y se angustia por no hallarse entre la gente. Pero enseña con los hechos que no hay techo que soporte su carácter bondadoso: generoso pasaporte al corazón de cualquier hombre. (...) Masticó el desastre universal y escupió en la mesa el nombre de su enemigo acérrimo, el mío (...). Yo gasto el tiempo de luna a sol en emularle el corazón". Salta La Banca.

Me acuerdo, hermana, cuando te dejabas llevar por esa voz. Esa que yo no escuchaba, que criticaba, que no me conmovía. Cada vez que él entonaba un canto sanador, yo escupía al suelo y encendía un cigarrillo en señal de impaciencia e intolerancia. Mientras tanto vos, frente a mí, ibas cosiendo los jirones de tu alma, encerrada en un cuerpo que no era más que una prisión inviolable que te impedía volar hasta él. Tu carne era el fiel reflejo de ese manojo de penas y pérdidas que padecía tu espíritu. La frustración de querer recuperar lo que el cielo se llevó para no devolver jamás. 
¿Y cómo vendar y sanar una herida de tal magnitud? ¿Cómo obligar a Dios a revivir lo infinitamente dormido? 
Hermana, ¿qué te mantuvo en pie? Hermana, ¿qué te ayudó a perdonar? Hermana, ¿qué clase de clemencia ejerciste sobre mí, sobre la vida y la muerte, sobre el ladrón y el objeto robado? 
Apago el cigarrillo, limpio la saliva del piso, y le agradezco a esa voz. Esa que ahora me abrió el pecho al entender que de ella florecieron manos extendidas hacia vos para sostenerte. Una voz que se volvió más intensa día a día para abrigarte y llenarte de luz el corazón otra vez. Ella, sabia, te ayuda a asumir que ya no habrán más amaneceres sobre las copas de los árboles, que el agua estancada en las zanjas ya no calmará su sed. Que ya no habrá campo para ustedes dos. 
Pero, hermana, esa voz y yo... Esa voz y yo nos fusionaremos hasta el final de los tiempos para ser tu analgésico, tu vitamina, la calidez de este lazo de amor que nos une. Buscaremos ser un abrazo que te enseñe a verte de nuevo al espejo y sonreír. 
Porque del arte brotan las cosas más bellas, la voluntad de seguir vivo, de convertirnos en un canto que nos haga sentir uno para siempre.

domingo, 1 de junio de 2014

Los creadores de Lucy en el cielo.

"Le habló de (...), de sus troncos de la niñez, sus amigos de la calle, de sus innumerables chicas y de las orgías y las películas pornográficas, de sus héroes, heroínas y aventuras. Corrían calle abajo juntos, entendiéndolo todo del modo en que lo hacían aquellos primeros días, y que más tarde sería más triste y perceptivo y tenue. Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un '¡Aaaah!'." Jack Kerouac.

Lucy ni siquiera se llamaba Lucy, pero amaba sentirse un astro de luz recorriendo un cielo eterno. Sabiéndose etérea, brillante de colores, fantaseaba con el efecto que causaban los rayos del sol sobre su piel, su cabello y sus ojos. Se preguntaba si el resto de las personas podían ver lo hermosos que eran sus colores y su  mística, si acaso su alma se reflejaba en su aspecto mientras navegaba cielos de melodías dulces.
Ella volaba con la fuerza y a la vez la ligereza que cobra el ánima al adquirir conocimientos e inspiración. Al ponerse en contacto con aquellas personas y estímulos que lo hacen a uno querer vivenciar más y más cada vez. Transitaba las calles de la ciudad en busca de ese soplo de vida que, tras atravesar varias avenidas, le daba fuerzas para emprender el vuelo. Y, carreteando suavemente con la delicadeza de la brisa fresca sobre las hierbas, Lucy se elevaba y dejaba su estela de pureza y felicidad en el cielo personal de quienes quisieran obtener un poco de su luz.

Georgina Harriet Robinson entró en el café de siempre. Dejó su abrigo en el respaldo de la silla contigua, y cruzó sutilmente sus tobillos, inclinando las rodillas hacia un costado como hacen las damas, al sentarse junto a la ventana. Suspiró casi imperceptiblemente, y acomodó con un solo dedo sus lentes sobre su diminuta nariz. Revolvió su bolso y tomó un libro detrás del cual ocultó su rostro durante unos minutos. No fue hasta que el mozo se acercó a la mesa y le tomó el pedido, que despegó sus ojos de las páginas.
Al retirarse el mozo, Georgina quiso devolver su concentración al libro, pero no logró hacerlo. Hizo el ejemplar a un lado, pegando el lomo a la ventana, y se cruzó de brazos mirando a través del cristal. El empedrado aún conservaba su costado poético cuando se lo combinaba con el aroma a café, la rutina del bar a las cinco de la tarde, y las nubes grises de aquel Domingo desesperanzador. Creyó haberse inspirado ante la imagen de los adoquines, y retiró de su bolso un pequeño anotador y un lápiz afilado. Lo apuntó al papel con firmeza y convicción, pero nada salió de él. Ni siquiera los garabatos que solía dibujar cuando ponía su cuerpo en piloto automático al hablar de algo importante, o al hacer planes en silencio. Tampoco la invadió el añejo impulso de comenzar a escribir una carta de amor.
El mozo regresó con su lágrima doble, y la dejó sola inmediatamente, enfrentada al pálido papel que rezaba la nada misma, apenas alterado por un punto gris casi invisible, exactamente donde Georgina había situado el lápiz para comenzar a escribir.

Paul Marcell Carthy regresó una vez más a su blanco departamento. Creyó percibir el delicioso aroma de su comida preferida al atravesar el umbral. Antes de encender la luz, se tomó un segundo para imaginar la presentación de la cena en el plato, su color, su consistencia, el vapor sobre cada ingrediente, los cubiertos dispuestos sobre la mesa, y hasta el sonido del alimento al ser triturado en su boca. Su estómago se llenó ante el espejismo en la densa oscuridad de su hogar, pero cuando encendió la luz, su alma quedó vacía. Igual que la mesa.
Las comisuras de sus ojos se curvaron levemente hacia abajo, apuntando al parquet debajo de sus zapatillas, al observar el televisor apagado y el sillón deshabitado. Nada ni nadie lo recibía, sino las luces de la ciudad entera, visibles desde su ventana. Él lo veía todo, lo que es, lo que no es, y lo que parece ser. Si algo no veía desde el ventanal, lo imaginaba y lo creaba.
Era el rey de las parecencias, de las ilusiones, y de la falaz perfección. Era un dios en su propio olimpo.
Los que no pueden dirían con admiración que la vida de Paul era perfecta. Todo el mundo a sus pies, una ovación a cada paso. Y sin embargo Paul ya no quería vivir en la mente de nadie... Porque ya no podía vivir en la de ella.

Georgina Harriet no se dio por vencida. No conocía trabas para su brillante creatividad. El bar siempre la esperaba con toda su historia sobre las distintas mesas. Recordaba haber escrito una carta romántica en la mesa cinco, y un ensayo comparativo entre las características del género masculino y las del demonio en la mesa once. La única azucarera del bar, que todos los días hacía un errante tour sobre cada mesa a medida que los clientes iban necesitando endulzar sus infusiones, había inspirado un poema amargo que nació y murió en pedazos sobre la mesa tres, diez minutos antes de que llegara su mejor amiga y ese poema se volviera un monólogo poco elocuente sobre las bases del feminismo no aplicables a las relaciones ocasionales. 
Pero no encontraba ya razones para hacer sonar esa suave música que crea el grafito al deslizarse por las blancas hojas de su anotador. Su mejor amiga no estaba en camino, y los adoquines sólo reflejaban el frío que le recorría los hombros al darse cuenta de que ya nada era eterno. 
Y entonces, Lucy pasó caminando junto al ventanal.

Lucy entró al bar, y abrazó largamente a Georgina Harriet. Se sentó con medido entusiasmo en su mesa, y ordenó un té, aunque no fuera de su preferencia. Mientras hundía el saquito en el agua humeante, se detuvo a estudiar con disimulo el aspecto de Georgina, y notó que cada vez se hacía más pequeña. O quizás era la pobre luz de aquel día tan oscuro que ni siquiera Lucy  podía combatir, que ocultaba a Georgina bajo sus sombras, y volvía fosforescente su marmólea piel, en un pronunciado contraste con sus rizos negros. Envuelta en tonos violacios, portando esa vibra calma y ordenada, Georgina siempre hacía sentir a los demás que su vida estaba resuelta, que ella observaba al mundo desde sus convicciones, desde la comodidad de su experiencia y su paso por este mundo. Un alma transitada, que ya había contagiado a Lucy su sabiduría y su equilibrio interior. Un aprendizaje indeleble por el cual siempre estaría agradecida.
Sin embargo, ese violeta hoy no la engañaba a Lucy, quien revolvía suavemente la infusión edulcorada que pronto dejaría deslizar por su garganta para calentar su estómago. 
Algo en la cálida sonrisa de oyente de Georgina le daba a entender a Lucy que no hablaría hasta que ella lo hiciera, pues la experiencia de Georgina ya estaba hecha. El futuro era Lucy. Y esta vez, tenía un manojo de historias para contarle, y podía verlas todas en cada remolino que se formaba en la taza tras el movimiento circular de la cuchara. En cuanto dio el primer sorbo, la primera historia brotó de sus labios, sin más preámbulos. 
Así, Lucy comenzó a hablar de Paul...

Paul Marcell encendió un cigarrillo parado junto a la baranda, cansado de ver la vida entera desde su balcón. El televisor no lo dejaba pensar, no lo dejaba escuchar, no lo dejaba seguir. La tarde era demasiado gris para su gusto, y dado que la resignación se había apoderado de su espíritu, decidió regresar al mundo tangible. Sintió su cuerpo, se detuvo en cada parte de su anatomía. El aire entrando por su nariz, el humo apoderándose de su cavidad bucal, haciendo su letal recorrido hasta los pulmones que recibían con placer la nicotina. Dos pies tan firmemente apoyados en el suelo, que acusaban el nivel de realismo que había logrado en su mente. 
Recordó con lágrimas reprimidas en su garganta toda vez que alguien lo catalogó como un niño, a pesar de ser ya un adulto. Reconoció en sus recuerdos miradas de dulzura dedicadas a él, al encontrarse su interlocutor con sus ojos pequeños, de miel. Ojos sufridos de inocencia y, a la vez, de humilde sabiduría. 
Entonces pensó en Lucy, quien aún tenía la posibilidad de volar. La envidió y la deseó al mismo tiempo. Una tercera parte de su cuerpo se hizo notar, tan firme como sus piernas sobre las baldosas del balcón. La tensión de las mismas aminoró al mismo tiempo que su virilidad le recordaba que estaba vivo, y que estaba a tiempo de volar un rato más. 
Sabía que la sensación no duraría mucho, y decidió que debía encontrarse con la muchacha que volaba y brillaba como un diamante en los cielos. 
¿A quién le amarga un dulce? pensó, liberando el humo por última vez por sus fosas nasales, recordando el aspecto de Lucy desnuda en su cama.

Georgina Harriet escuchó con interés a Lucy hablar sobre Paul, sobre sus enseñanzas y sobre la herida que provocó en el corazón de la joven luminosa. Una herida que disfruta hacer sangrar cada tanto. Lucy describió un sinnúmero de miradas ardientes, encuentros clandestinos entre sábanas de decepción, y un eterno baile sensual que prometía un inminente pecado que aún no se concretaba. 
Rió con descaro ante los celos de los hombres que rodeaban a Lucy, provocados por un mágico ser, que crea en silencio y luego expone sus creaciones gritando revolución. La encarnación del más puro concepto del humano, que equilibra en su persona la belleza terrenal, la de la mente, y la del alma en un solo cuerpo. Un hombre que lleva en el pecho el arte de Daniel Johnston. Georgina reconoció su suerte al enterarse de que él casi la amó. Fue entonces, justo al final de la última palabra de aquella anécdota lujuriosa que Lucy dejó escapar de sus humedecidos labios, que Georgina comenzó a establecer comparaciones entre las dos. Justo al encontrarse sonriendo con complicidad, y elogiando la radiante juventud de Lucy. Una juventud que entraba en su etapa más hermosa, más plena. Cargada de energía, de planes, de deseo y sexo, de amores que matan, de sentimientos primaverales.
En cuanto Lucy terminó su té, Georgina contó, descruzando sus tobillos y acercándose a ella sobre la mesa, que su plenitud había terminado hacía un tiempo. Lo hizo con una prisa que denotaba la urgencia de sincerarse consigo misma. 
Observó en voz alta que sus convicciones ya no se aplicaban a casi ningún aspecto de su vida. Que pensaba algún día morir en su ley, pero que ya no habría nadie para notar que su voluntad había sido cumplida. Se sentía traicionada por su elección de vida, se sentía olvidada por aquellos que alguna vez habían tomado sus opiniones y las llevaron como estandarte. Esos mismos que ahora convertían el estandarte en cenizas frente a sus ojos, descerebrados, entregando sus vidas a la mediocridad y el conformismo. Ya nadie compartía su sed de innovar, ni la acompañaban en su viaje solitario. 
Sólo quedaban sus libros, los cuales le proporcionaban caminos alternativos que diferían tanto del suyo, que le permitían vivir mil vidas en una semana. Ya ni siquiera tenía ideas originales, sólo podía nutrirse de lo que ya estaba hecho y continuar.
La juventud se le escapaba de las manos, el vuelo terminó por convertirse en pasos arrastrados sobre el asfalto. Los pies pegados a la tierra, sin ilusión, sin motivación...
Georgina dejaba fluir ese torrente de confesiones sin vergüenza, y sin remedio. Tal vez los adoquines habían curado su desesperación. A medida que las palabras se deslizaban por su lengua, iba amando aquellas mañanas que aprendió a aprovechar. Se amigaba con las noches de sueño, y con los lazos rotos. 
Georgina se conformaba y se apagaba... Y los ojos de Lucy se percudían frente a ella, escépticos, decepcionados. 
Y entonces Georgina comprendió que su labor había terminado. Y se llevaría consigo la inconsciente verdad de haber creado un diamante llamado Lucy. 

Lucy abandonó el bar con los pies pesados. Le molestaban, la querían hacer pisar el suelo. Se le dificultaba alzar vuelo con sus extremidades respondiendo con normalidad a la ley de la gravedad. Quiso volar hasta su casa, pero algo la ató a la tierra, y sin pensarlo demasiado, bajó por las calles a pie, como las personas normales que viven sin sed y sin dejarse maravillar por la simpleza. 
Durante días pensó en Georgina, a toda hora, entre mates y discos, entre recuerdos olvidados. Las horas de reflexión se extendían más cada día. Sabía que había presenciado un hecho lamentable: La extinción de la luz de una persona. Y el agujero negro que dejaba en su lugar era demasiado grande, tratándose de Georgina Harriet.
Una sombra se había instalado sobre la cabeza de Lucy, una sombra que comenzaba a pesarle.
Finalmente, una oportunidad de recobrar las fuerzas que sentía perdidas llamó a su puerta una mañana. Lo que ella llamaba "el delgado límite entre la estupidez, y el alimento del alma". La búsqueda de un mimo en la caja de objetos perdidos y encontrados: Paul.
Esta vez flotó atravesando la ciudad a una velocidad moderada, y en absoluto silencio. sobrevolando los cielos oscuros del placer sin luz, un placer pobre que sirve como analgésico para la punzante sensación de ausencia de lo que realmente conmueve.

Paul abrió la ventana y dejó entrar el aire fresco de la noche. Se dio media vuelta, y con la paz que suele caracterizar su accionar, abrió la puerta. Allí estaba, pequeña, pero con una presencia impactante. Lucy se volvió materia, Lucy se volvió luz, Lucy revivió. Se miraron y se quisieron de manera enfermiza. Se extendieron una mano sin explicar por qué, simplemente sintiendo que el otro lo necesitaba. 
Lucy se preguntó si eso era amor, se preguntó si un ser que carga tanta sabiduría y paz puede también ser sádico y cruel con un alma tan pura como la suya. Se preguntó por qué se dejaba masturbar por las manos ásperas de un ser tan contradictorio en esencia, por qué aún toleraba el costado corrupto y oscuro de Paul, cuando debería exigir que sus más hermosos sentimientos afloraran para ella. 
Se enojó con el universo al darse cuenta de que la misma persona que la había herido profundamente, era ahora el consuelo para una herida aún más grande. 
Miró a Paul a los ojos fingiendo un orgasmo, con ojos falsos de fuego ardiente. Y entonces descubrió que su aura blanca también podía transmutar en un millón de oscuridades, devolver la misma falsedad de amor que conforta momentáneamente para luego dejar un vacío insalvable en las almas que se nutren de sentimientos apasionados.
Paul estaba a punto de estallar frente a Lucy, quien no permitía que su sed fuera saciada. Su mirada dulce se convirtió en deseo lujurioso, rozando la violencia. No permitiría que Lucy se aprovechara de él. 
Se arrojó sobre ella y la besó con ira. Ella simplemente lo miró con frialdad y se mantuvo quieta, reflexionando mientras Paul se servía de su cuerpo.
Finalmente la oscuridad se apoderó de los ojos de Paul, y se alejó abruptamente de Lucy. Se tiró sobre el colchón y comenzó a llorar. La desesperación de sus sollozos impresionó a Lucy, quien se sentó y observó la deplorable escena desde una distancia prudente. Quiso estirar una mano hacia él, pero entendió que, por algún motivo, no había contacto que pudiera consolar el dolor en el alma de Paul.
En cuanto pudo articular palabra, el ángel índigo le explicó a Lucy que era hora de aprender a vivir con la muerte de aquello que alguna vez nos llenó de vida. Aprender a vivir con la ausencia, sabiéndose creador del vacío que lo pierde a uno. Acto seguido, Lucy fue testigo del relato en primera persona de la muerte de Paul.

Aún en la cama, con la piel decorando el acolchado, Paul confesó haber amado y perdido, haber amado y descuidado, haber amado y muerto. Logró calmar las lágrimas y monologar durante un buen rato, con su audiencia unipersonal Lucy absorbiendo la información hasta por los poros, mientras su cabeza se iba llenando de plomo. Su cuerpo se debilitaba, mientras Paul le transmitía sus sentimientos como si fuera vía intravenosa.
Lucy se enteró entonces que Paul era un solitario, una persona que sabía que ya no podía volver a amar a nadie como al sol que descuidó durante años, quien lo cobijó bajo su cálida luz mientras él se dedicaba a añorar las noches de luna. Se cargaba superficialmente de su energía para luego derrocharla frente a las estrellas, enfriándose sobre las baldosas como si la luz del sol no tuviera ningún valor. Hasta que un día aquel sol no brilló más para él, y lo dejó solo frente a días nublados y noches heladas. Durante un tiempo aprovechó para disfrutar hasta de los momentos más oscuros, se hizo amigo de la soledad, y se lanzó a la aventura juvenil y descorazonada. Pero al regresar, su casa ya no se sentía como un hogar. No había luz de sol entrando por la ventana, y el balcón que todo lo ve y lo controla no servía de nada sin el astro rey. 
El fulgor índigo de Paul se intensificó al proclamar su amor incondicional hacia el sol, aunque éste ya no pudiera recibirlo. Y luego, se apagó para siempre, como si Paul hubiera muerto ante los ojos de Lucy, quien estaba casi tan fría como él sobre la cama. Dos cuerpos, dos muertos aún funcionando sin razón.
Lucy ya no encontraría nunca más la alegría en Paul, porque Paul nunca más podría salir al sol y dejarse elevar por el calor que existe aún en los espacios más fríos del planeta. Sin amor, ni siquiera ese mimo vacío podía ilusionar al más necesitado.
El corazón de Paul se había ido hacía mucho tiempo, inservible, por siempre en manos de la ausente. El hombre niño, eterno índigo, por siempre cargado de vida hoy fallecía frente a Lucy, en un último suspiro que confesaba su idiotez.
Y sonrió con desgarradora ironía al profesar su mensaje, pronunciando una frase que Lucy jamás olvidaría: sólo el amor le da sentido al ser.

Lucy jamás volvió a volar. Aprendió a admirarse a sí misma por cada decisión tomada, por la valentía de levantarse cada mañana, por saber querer sin fronteras. Siguió nutriéndose de las experiencias y de la pasión ajena, con humildad de aprendiz. Y aún aguarda a esa persona que le regale alas verdaderas, y quien se preste para sobrevolar los cielos nuevamente, en compañía del amor.
Los creadores de Lucy en el cielo, con sus errores y aciertos, la convirtieron en una mujer.


Personas reales, historias reales, y esas escenas ficticias que hacen que escribir valga la pena.

miércoles, 30 de abril de 2014

A brillar con tu voz.

"Cuando aparece la magia se desploma todo tu esquema, se abre paso en la comprensión, y el que no siente se quema (si hay música nunca solo estás). Será mi hermana la luz, la que me enseñe a brillar con mi voz". El Bordo

Te visualizo a través de mis oídos. 
Indefectiblemente, tu garganta aparece detrás de mis párpados, ardiente, afiebrada de sensualidad y empapada de sudor, latiendo a ritmo de tu corazón. Dejando correr ese aire de libertad que no puede existir si no es por medio de un grito desgarrador de pasión por cada palabra pronunciada. Tus labios se abren, carnosos y sabios, voceros de tus historias, contándome qué se siente ser vos. La punta de una lengua afilada pero aterciopelada, se relame el filo de los dientes y articula una caricia melódica, apuntada directo a mi alma, que se encuentra receptiva a su estímulo.
Empujando la imaginación un poco más allá, busco tomar una foto del momento en el cual aún no habías logrado encontrar las palabras adecuadas. Y te amo al hallarte solo, inundado, escondido entre pedazos de papel que quizás se tornaron incongruentes hace horas. Fantaseo con tu semblante consternado ante el desorden de tus propias ideas que se superponen. 
Me pregunto si tu lugar huele igual que el mío, si encontrás el colchón perfecto en el cual reposar tu ser en el mismo placer que yo: ese humo entre el cual disfruto bailar suavemente. Inquiero sobre ese vino tinto, si relaja tus músculos y te devuelve a la vida, si reanima tu espíritu, si le da color a tus mejillas y te invita a seguir.
Acá existo, respirando lentamente mientras siento mis pulmones incendiarse al inhalar la temperatura de tus cuerdas vocales. Me embebo en el eterno aroma a sándalo que incentiva este espejismo. 
Nos miramos a los ojos bajo esta luz que me cobija. Los míos redondos e iluminados, los tuyos ocultos, pero bellos, cubiertos bajo un manto de humildad y dulzura. 
Nos miramos sin mirarnos, en esta perfecta sinestesia que brota de tu arte.

miércoles, 23 de abril de 2014

Una foto de tus ojos.

"So, if you're down on your luck, and you can't harmonize, find a girl with far away eyes" Rolling Stones.

Quisiera entregarle a quien amo una foto de tus ojos. Que se siente en silencio a observar la redondez de tu mirada al encontrarte con la persona que está detrás del lente. Puedo imaginarlos a ambos, mirándose a través del papel. Él, escrutándote detenidamente, atesorando el enigma de tu semblante dulcemente serio, que parece esconder fascinación. 
Estoy segura de que se detendría en la dirección de tus pupilas, en su tamaño, en su luz. Y se preguntaría qué es aquello que mirabas cuando la foto fue tomada, ya que notaría que tu mirada se asemeja a los ojos de un niño que oye un cuento de su abuela antes de irse a dormir. ¿O tal vez a los de un adolescente haciéndole el amor por primera vez a su novia? Quizás sean los ojos de un hombre que acaba de ver el rostro de Jesús en la ola que casi lo ahoga en el mar...
Pienso que jamás sospecharía que tus ojos están llenos de luz porque te tomaron la foto mientras me observabas al caminar. Sé que no notaría el silencio de tus labios al escucharme hablar, ni el esbozo de sonrisa ante mi torpeza. Quizás no logre entender la marca de tu frente, donde ocultás la esperanza de que te mire y te cuente la verdad. Pero tampoco entendería por qué continuás allí, mirándome mientras yo me dedico a vivir mi momento, no del todo ajena a tu atención.
Quisiera entregarle a quien amo una foto de tus ojos, para que entienda lo que es el verdadero amor. Porque en ellos, se encuentran todas las caricias que no palpan pero tocan. Todos los te quiero que no se escuchan, pero que me unen a vos. Todo el agradecimiento de tu alma hacia mi compañía.
Quisiera entregarle a quien amo una foto de tus ojos, una foto de tu incondicionalidad. La imagen de un ángel enamorado... para que lo envidie.

domingo, 13 de abril de 2014

Óleo de una mujer con sombrero.

"La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes. Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias: se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar". Silvio Rodríguez.

¿Te acordás del humo sobre el colchón? Humo delicioso y humo tóxico mezclándose hasta volverse homogéneos, en una perfecta sazón para el momento que creamos. Cuando aún mi luz era tu alimento y tu motor, cuando mi alma tenía refugio en tu pecho. 
¿Te acordás?
Con lágrimas en los ojos me atrevo a preguntarte cuánto de esa magia que nos caracterizaba queda hoy en vos, y me pongo de rodillas y te imploro que me dejes quedar un rato más. Que te inundes de calidez para mí, que me confortes entre tus brazos y me devuelvas el aliento. No hay otro lugar en el que quiera reflejarme, no quiero otro espejo para enfrentarme a mí misma. 
Por eso emprendo este viaje, buscando recargar mi espíritu. Me animo a reencontrarme en la estación con dolores del pasado que busqué perder al subirme a los micros con destino al sol. Quizás así vuelva al origen, quizás así vuelva a empezar, y te abraces a mi mejor versión al regresar.
Y espero que en la banda de sonido de tus días lejos de mí, las canciones te hagan reflexionar, te tropieces con lo esencial y te guíe hasta mí nuevamente. 
Más de una vez los hombres que han sabido luchar me contaron que las respuestas a los miedos las encuentran en canciones como "óleo de una mujer con sombrero". Y hacia ellos elevo todo mi respeto.

lunes, 31 de marzo de 2014

Quisiera.

"I'm so tired of being lonely, I still have some love to give. Won't you show me that you really care? (Everybody's got somebody to lean on, put your body next to mine... and dream on)". Travelling Wilburys.

Quisiera vernos brillar juntos, sacar lo mejor de cada alma y exponerlo cada día para observar con orgullo todo aquello que podemos dar y recibir para sentirnos mejor al tenernos. Quisiera que mis ojos fueran la musa de tus canciones más bellas. Quisiera que mis manos fueran el refugio de tus sentimientos. Quisiera sentirte así de cerca todas las mañanas, despertarme enredada en tu posición de niño dormido. Quisiera besar tu frente y sentir tu paz escapándose por tus poros al recibir mi gesto de amor. (Quisiera que supieras que esto se escribió mucho antes de que pareciera necesario que lo leyeras).
Quisiera darte todo, quisiera que crezcamos, quisiera que quisieras vos también.


martes, 25 de marzo de 2014

El día no me avisó.

"No olvidarse no es penar, no es arrastrar la cadena, ni vivir como condena. O que ese ayer fue lo más. No es vivir de recordar, sino que sirva de puente y que nadie ya te cuente cómo se debe seguir (porque se debe elegir un camino sólamente)", Bersuit.

No pude explicar por qué la tarde me encontró con tu esencia danzando en cada esquina. El sol bañaba las avenidas con la misma intensidad que sabía caracterizar los días que pasamos juntos. Hoy, la luz del astro rey parecía comandada por tu recuerdo, como si fueran tus manos las que armaban la escenografía de mi recorrido por la ciudad. Incluso el viento me recibió con una caricia descaradamente precisa, puntual, como si fuera tu aliento pidiéndome que mañana sea igual que hoy.
Mirando la vereda, y luego al cielo, encontrando sólo pasos serenos sobre el cemento, conduciéndome sin pensar hacia donde tu señal se volviese más fuerte, y así yo poder entender por qué el día me susurraba tu nombre al oído a cada minuto. Una palabra corta, melódica, que me estremecía al colisionar con mi sensibilidad. Bailé todo el día sobre el pentagrama donde tu nombre hace música. 
En un instante sinestésico pude ver cómo tu aroma tan característico, aquel que emana cada centímetro de tu piel, se convertía en una sombra que me seguía por las calles. Emborrachada con un perfume que gusto con nostalgia, me recuerdo hundiendo la nariz en tu espalda para encontrarlo íntimamente con mi garganta. Sonrío perdida en mis sentidos que me engañan a cada cuadra que recorro, y me ahogo en un delirium tremens letal.
Finalmente, sólo bastó con que llegara el minuto específico en el cual el planeta logró dar la vuelta completa sobre su órbita. El calendario revolvió sus hojas y sus números, y me vi entre las luces tenues de la memoria. 
¿Dónde estaba yo hace un año? Donde jamás me imaginé. Y ahora soy víctima del espectro de aquel otoño que retorna, como siempre, marcando el paso del tiempo.


El arte de la impuntualidad.

"Starry nights, city lights coming down over me. (This dirty town was burning down in my dreams. Lost and found, city bound in my dreams)" Green Day.

Me detengo en la apurada esquina, frenando el tiempo que ya se me escapó hace rato. Quiero ver lo que ya vi, sentir la adrenalina que provoca aquello que nos resulta maravilloso de un momento al otro. Busco la sensación de pequeñez ante tanta majestuosidad ignorada por todos los que nos detuvimos a ver sin mirar. 
Espero allí, con los ojos desbordados de luces que nos atrapan como un domo de irrealidad. Y, extrañamente, le encuentro el sentido a vivir así, a pesar de no sentir que donde voy me espera algo... o alguien. 
Estando sola en una multitud, más insignificante que nunca, sólo tengo como consuelo tus palabras, que me cantan al oído cuando no estás. Comienzo a sentirme parte de vos, refugiándome en tu oda a nuestro suelo, este tango contemporáneo a mi juventud, que moja el asfalto incluso cuando la luna enciende los postes y los autos de Callao y Lavalle.
El semáforo me invita a cruzar la avenida, y aquel instante en el tiempo se desvanece para dar lugar a la inquieta sensación de estar llegando tarde... otra vez.

lunes, 3 de marzo de 2014

Two of us.

"You and I have memories longer than the road that stretches out ahead", The Beatles

Dos cuerdas introduciendo una canción.
Despierta una madrugada de pleno sol alzándose, naranja, en un cielo que se estira en su colchón, desperezándose para recibir nuestro paso cansado por las calles del conurbano. Noviembre nos pesa en los párpados, pero el motor sigue su marcha y encontramos nuevas razones para levantarnos de la cama. La radio se enciende sola y anuncia la paz de este día que comienza. Lejos de casa, sin tenerte presente a mi lado pero conservando el dulce recuerdo de los besos que me dejaste la tarde anterior, siento que me nutro de tu energía. Se colma mi pecho de miradas intensas y pasiones compartidas, y no me queda más que agradecerte en silencio mientras sonrío, fatigada, pensando en vos.
Lo cierto es que no aprendí a vivir todavía, y quizás mañana me contradiga. Sólo sé que en aquel momento, acompañada por esas dos cuerdas y el sol naciente, te amé más que nunca.

jueves, 27 de febrero de 2014

Frambuesa.

"Hoy me levanté a regar mi flor y me sonrió. Todo parece distinto si me roza una emoción". La Vela Puerca.

Tengo una planta en mi balcón que hace que valga la pena el madrugón para verla crecer. 
Llegó a mí como el regalo de un amor que elijo nuevamente cada mañana cuando, con el sonido de los pies cansados sobre las baldosas frías, y la pesadez de mis ojos sobre mis mejillas, lleno un vaso de agua para regar la tierra de la enredadera que decora la vista hacia la avenida.
Me agacho, le deseo buenos días, y dejo caer el agua cristalina por el borde del recipiente. El sonido del líquido al convertir la tierra en barro me relaja, y siento que mi día comenzó por fin, habiendo aportado al crecimiento de la planta, que representa la evolución de un lazo divino entre quien me bendijo al regalármela, y quien hoy la cuida. La medida justa de agua, un poco de sol, y la calidez de la palabra al pedirle todos los días que me regale otro estirón. Me dirijo a ella, le hablo a sus hojas, y las incentivo a que sigan germinando, que se sigan alimentando de lo más puro de este mundo: El sol, el viento, el agua y las palabras cariñosas de quien la quiere ver dar frutos.
Y entonces comprendo que ese es el tipo de amor que quiero para mí.

Vos, voz.

"Canta palabras, canta y se torna en luz", Spinetta.

Cuerdas rasgadas con el viento interior, soplo divino, directo desde el más necesario motor de vida. Pedís prestado el aire a la tierra, y comenzás a tomar impulso. Hoy le cantás a ella, desconocida y mística mujer que espera, haciendo alquimia y transformándolo todo en fuego eterno que funde el arte y tu nombre en un lazo permanente. Tu marca por siempre grabada en la piel de un dios, que te observa y te avala.
El pecho desgarrado ante la voz y la imagen, me siento acunada entre cuerdas vocales que vibran hasta sumirme en un profundo sueño de ardiente pasión por esa mente llena de ideas brillantes y satisfactorias para quien espera mucho de vos. Cada nota lograda se parece más a mi nombre saliendo de tu boca.
Se tiñe de colores una mañana de sol, la distorsión de tu voz hace eco en las paredes de mi refugio de paz. Todo combina en una perfecta armonía, y me siento afortunada de entender tu maravillosa naturaleza.

domingo, 23 de febrero de 2014

Son momentos de la mente, son instantes de lucidez. 
Sólo pongo a girar tu disco una vez más, y me acuesto a soñar en mono y estéreo.

sábado, 22 de febrero de 2014

Apagado.

"Sólo el amor le da sentido al ser." El Bordo.

El cabello atado en señal de disconformidad, en una tarde de encierro desesperante. Falla la concentración y la motivación se suicida, atravesando las rejas y cayendo al vacío. 
La única mecha que arde es la de la hornalla, que calienta el agua para este mate que no tiene sentido sin compañía. En él busco la energía que me falta, el alimento para un espíritu recaído, falto de refugio. Todo se apaga.
No hay notas musicales en el aire ni voluntad de crearlas. Todo lo que queda son los vestigios del olor de un pedazo de madera quemada, que no huele tan bien si la habitación está vacía. 
Miro a mi alrededor y no encuentro ojos cálidos ni la agradable sensación de saberse querido. Se esconde la valentía de decir esa verdad que ya no sé si te interesa saber, y de pronto las paredes del recinto cierran mi garganta, imposibilitando que mi voz se escape. Pero no hay nadie para escuchar, y todo se torna irrelevante. 
Mi mente se vuelve intranquila, advirtiéndome que no hay errores en lo que por instinto percibo. Le temo a la profecía autocumplida, que me recuerda que el universo todo lo ve y todo lo sabe. 
Ya no vuelo, ya no río. Los teléfonos no suenan y ningún amigo está en camino. Un señor en la radio le canta a mi soledad, y al final de la canción no se oyen aplausos. 
Encendeme.

Redención.

"Te amo, te odio, dame más" Serú Girán.

Ya está allí. No le impacta la distancia temporal que alguna vez hizo que recordara la luz que entra por el ventanal con melancolía. Al llegar, las persianas se abren solas con tan sólo apretar un botón, y el sol comienza su lento descenso. Para ellos dos, el día recién se anuncia desde el horizonte, redefiniéndose, resignificándose. 
"¿Qué tal? Vengo a apreciar lo viejo y descubrir lo nuevo. A dejarme elevar por el humo de estos inciensos y a intoxicarme de tabaco. Vengo a probar una cucharada de mi resistencia", y él extiende un brazo, señalando el cuero blanco. 
Se abre una ruta ante ellos, y comienzan a andarla. Desde el concepto de existir hasta sentirse hermanos, atravesando el instinto y la historia de una mujer ficticia vestida de blanco oculta en la imaginación del artista, recorren un breve pero intenso camino hacia lo esencial. La pluma del escritor, que se dirige a ellos con una actitud que dista de ser solemne, se convierte en una lengua afilada, desesperada por abrirse paso entre los dientes y así liberar una voz que parta el pecho de quienes la escuchen. No hay un sólo sonido que no apunte a reavivar a los espíritus en lucha. 
Y ellos allí estaban, inexplicablemente juntos viviendo la experiencia de maneras diferentes: uno apreciándolo y criticándolo, y el otro con sus sentimientos a flor de piel, dejando correr libre a la imaginación.
Él levanta un brazo, y dedica los siguientes cuarenta minutos a quienes reconozcan y aprecien lo mágico de esta fusión. Y luego, al culminar dicho lapso de tiempo, le ofrece a ella una redentora invitación a acurrucarse en un pecho lleno de emoción ante el arte, cuyo concepto se vuelve materia a su alrededor.
Ella accede a obtener un poco de esa calidez falaz que, durante lo que hoy pareciera que hubieran sido años, deseó volver a recibir. Un calor parecido al del sol, apuntado directo a sus venas, calentando su sangre, apasionándola cada vez más. Aquel eterno niño, con sus eternos ojos de inocencia, pretende borrar de su memoria un sinfín noches sin paz. 
Ella siente plumas con espinas en el extremo recorrer su piel, y sus ojos arden en un punzante y enfermo impulso de empujar su suerte. Su sangre hirviendo la invita a susurrar: "Penny Lane is in my ears and in my eyes. There, beneath the blue suburban skies...". 
Un baile sensual, una cercanía atroz pero que no logra unirlos, un despliegue de mentiras verdaderas. Se viste de colores mientras gotea el cielo, encendiendo sus ideas. Impía, ella busca, encuentra y descarta.
Le hace el amor al aire, atesora la distancia que los separa por centímetros, y en su interior sabe que así deben permanecer. Hace una elección de verdadero amor, y finalmente alza las copas en honor a algo más grande, dejándose caer de su balcón hacia lo que vale la pena vivir.

martes, 18 de febrero de 2014

Para mí el campo son flores.

"Lo mejor que me pudo pasar en el viaje fue mirar el paisaje y seguir", Los piojos.

Como profesaron algunas pesadillas que dejé añejar en algún rincón de mi subconsciente, una mañana regresé a tu hogar para encontrarme de cara con tu ausencia. Encendió mi pulso un sonido proveniente del interior de la casa, anunciando sin dar nombres que podías estar allí. Pero esas vibraciones sólo me engañaron por un segundo, y atravesé el umbral con la mente relajada ante la evidencia de que no te vería.
Tu espacio me recibió cálidamente, como si me hubiera estado esperando, tanto como yo esperé volver a respirar el aroma de lo que alguna vez, de manera efímera pero eficaz, fue nuestro. Todo estaba allí, inmaculado, como si el tiempo hubiera preferido no alterar el recinto para que, al llegar, reconociera todo lo que me rodeaba, y que no me fuera ajeno todo lo vivido. 
Lejos de aquel paraíso de cielo infinito y extenso verdor, donde me recuerdo risueña, esperando escuchar aquel motor que desde la ruta anunciaría tu regreso, este recinto alberga hoy el lejano resplandor de un pensamiento recurrente, un sentimiento al que solía regresar todos los días a la hora del café para sentir que tenía algo por lo que luchar, hundiendo mi alma en un triste rock and roll, fusionando nuestras presencias a la distancia.
Esa mañana que regresé, lo hice cantándole a lo que soy, agradeciéndole a quien fuiste. Besé con labios de redención a aquel espectro rubio y virginal que habita tu cuarto: la memoria de una persona que lleva mi piel aunque yo ya no entre en ella. Con sus enormes ojos grises me pidió que le jurara que la vida continuaría, y que algún día podría salir de aquellas cuatro paredes. 
Y eso hice. Le prometí que algún día volvería a brillar. Y cumplí.
Entonces, esa mañana se transformó en mediodía, y vi fuegos arder entre ladrillos, tal y como lo hicieron alguna vez ante nuestros ojos. Sólo que esta vez no hubo rodillas temblorosas ni abrazos calurosos. Y el sol continuó su marcha, encontrando sonrisas y momentos compartidos que no te incluyeron. Y cuando el horizonte se tiñó de naranja, de espaldas a tu hogar regresé a mi pueblo, sintiendo un agujero negro en mi mente. 
Y en él, hice desaparecer todo lo que aún me ataba a vos.

domingo, 9 de febrero de 2014

Combination of the two.

"And you and I climb, crossing the shapes of the morning. And you and I climb, over the sun for the river. And you and I climb, clearer, towards the movement". Yes.

En un cristal empañado plasmamos nuestra sencillez e inocencia mediante el signo más universal de optimismo: una cara sonriente. Acostada en posición perpendicular al vidrio, observo el cielo a través de los "ojos" del símbolo que me mira fijo sin mirar, y estira sus labios ficticios, condenados eterna e imborrablemente a sonreír, para que no olvide el sentimiento del momento. A través de la figura veo árboles decorando el panorama gris que levita sobre nuestras cabezas, meciéndose con la brisa suave de un amanecer encapotado. Ellos, sabios, me relajan con el movimiento de sus hojas. 
Me acurruco junto a su piel, que yace empapada en el suelo, agotada de vitalidad. Tal vez afuera esté inestable, pero acá adentro, nos sonríe la juventud, el deseo, y la calidez de otro encuentro que empaña los cristales hacia el mundo exterior.
Siento mi universo personal apoderándose de la cabina que nos alberga. Y atesoro en silencio el hecho de que su universo sea un fiel espejo del mío. Inhalo y contengo el aliento, en un encuentro íntimo de mi garganta con el aire viciado del recinto. Respiro la combinación de los dos.

sábado, 4 de enero de 2014

"A todos los viajeros, bienvenidos".

"Apocalipsis interior, nuevo viaje. A todos los viajeros: ¡BIENVENIDOS!". Alejandro Kurz.

Amante de un camino ardiente, hija de la hierba y del sol en todas sus posiciones. Catalizadora de ánimas, alquimista de sonidos, romántica del aroma a destino lejano. 
Invasión de una pasiva ansia de llegar. Enamoramiento ante los diferentes tonos verdes y naranjas que despliegan su encanto sobre los campos, recordándome amores e ilusiones pasadas. La calidez del ambiente alimenta mis sentidos. Siento la emoción de limpiar el corazón al apreciar la lejanía de las comodidades de la rutina y del hogar. Sólo quedan los paisajes, y la vida que pasa junto a la ventanilla.
Abrazando el horizonte, artesano de historias venideras, le agradezco la incertidumbre que genera ante los ojos del humano: simples células planetarias ante la inmensidad de lo desconocido. Sintiéndome protegida por su omnipresencia, ando la ruta hacia lo esencial, sonriendo al saber que volveré siendo otra persona. Una más pura, más única, más sabia. 
...Y aún así, me pregunto por qué me cuesta tanto despedirme de este colchón.