miércoles, 31 de diciembre de 2014

La falsa memoria.

Caldeados en memoria, una memoria que para algunos no es más que el recuerdo de una historia de terror que contaban en los noticieros. 
Yo soy una de esas memoriosas falsas, que cree recordar el lamento y la urgencia de las sirenas en la avenida. A una tía ya muy vieja, espantada entre el brindis de un año nuevo paralizante, "yo escuchaba a los bomberos. No paraban de pasar por mi casa, ¡quién se hubiera imaginado!". La recuerdo a Rosa todavía, con ese tono de vecina indignada, asombrada por la tragedia. 
Recuerdo a mis padres con los ojos abiertos como un dos de oro, "Dante estuvo ahí. Llegó tarde". Decían que el tío Luis fue a buscarlo, y relataban cómo fue perdiendo su humanidad poco a poco mientras rastreaba a su hijo entre el hollín y los fallecidos en la vereda. Dante estaba vivo... Y ayudando a los que aún pugnaban por salir.
Se rumoreó en la familia, durante el almuerzo en una larga mesa en la galería de la casa quinta de Pierino, que a Dante lo tuvieron que bañar esa noche, su piel teñida de negro, sus ojos perdidos, inmerso en una confusión de la cual ya se había salvado. Pero la música ya no sonaba, los gritos eran todo lo que su memoria le permitía revivir del recital de la noche anterior. Y tal vez la falsa memoria le había implantado el recuerdo de las lenguas de fuego acariciando las vidas de todos, consumiéndolas lentamente. Nunca supe si logró avistar las llamas, si supo algún nombre, si de hecho la gente que él rescató del recinto hoy vive, o si sonríe desde las fotografías en el santuario.
Pero sí recuerdo a mi inocente prima Bianca, de cinco años en aquel entonces, acercándose a mí en total confidencia aquel primero de Enero, murmurando que la noche anterior Dante no hizo más que aullarle a la luna en el balcón.
Supongo que no podré jamás sentarme a entrevistar al primo Dante, tal vez no tenga nunca la valentía de mirarlo a los ojos mientras lo obligo a desenterrar la amargura.
Pero por eso vine acá, a hablarles de una memoria que jamás tendré. La memoria de mi primo, la memoria de quienes hoy lloran un hijo. Mi compasión radica en que bien podría ser yo hoy quien ponga lágrimas en los ojos de mis familiares. Podría ser yo quien por sentir un poco más de música enmendando mi alma, por gritarle al viento, por levantar un puño, se vea envuelta en un manto de oscuridad y tragedia, sin salida.
Y acá entre tanta gente reunida, sólo puedo pensar en la cantidad de niños que veo subidos a los hombros de sus padres, niños pequeños, con menos memoria que yo. Niños que vienen a defender un ideal que aún no terminan de elaborar en sus mentes, pero que sienten bien profundo en el alma. Y me pregunto si mis razones para estar acá son realmente producto de una falsa memoria. 
Veo al vocero de mi verdad rasguear una guitarra, curando con arte el silencio de la muerte. Quiero pero no puedo sonreír, no puedo elevar mi voz, no siento su canción invadiéndome. Me siento sola entre tanta convicción.
Y mientras camino por la 9 De Julio, pienso en lo instintivo y primitivo de la lucha por la salvación, de la pérdida absoluta de la humanidad, de la desesperación por inhalar una bocanada de vida. Ahí donde yo también me hubiera convertido en un hombre de Cromañón.

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