sábado, 2 de abril de 2011

I was only dreaming of another place and time.

Entró sintiéndose el ser más pequeño del mundo. Llevaba un bolso con ella, y lo sostenía con fuerza, producto de la ansiedad que hacía que le temblaran levemente las manos. Aún así, su semblante era tranquilo, en su mente todo era paz, equilibrio, y un sentimiento de realización prevalecía en su cuerpo. 
Caminó haciendo un suave y seco sonido con sus zapatos sobre el suelo de mármol, y llegó al Champagne Bar. Enseguida le llegó un aroma a café que le llenó los pulmones y el sonido del silencio la relajó. Era la gloria.
Sus ojos recorrieron el lugar, maravillados.
En la decoración de aquel precioso salón, predominaban los colores cálidos. Aquellos colores, junto con el aroma, la reconfortaban y hacían que se sintiera calentita dentro de su tapado negro. Las paredes, de un delicado color champagne, estaban iluminadas por los descomunales candelabros que colgaban del techo. Los enormes ventanales estaban flanqueados por larguísimas cortinas de color naranja. Las sillas y sillones eran color crema, con detalles en dorado.
Se sentó junto a un ventanal en uno de los rincones, aún olisqueando el café que todavía no había ordenado. La cálida luz crepuscular le bañaba la mitad del rostro. Alargaba sobre su mejilla izquierda la sombra de su nariz sobre su piel, y, en la mesa, la sombra de sus dedos tamborileando suavemente sobre el mantel. Los estiró y observó las sombras estirarse con ellos. Finos como palillos, los dedos bailoteaban en el aire y sus sombras los imitaban.
A su alrededor, aún escuchaba a la perfección todos los ensordecedores sonidos del silencio.
Estando allí, todas las sensaciones las vivía más a flor de piel que nunca. Si cerraba los ojos podía oír palabras que jamás se habían dicho, oler aromas que jamás había olido, degustar sabores que jamás había probado, sentir el roce de cosas que jamás había tocado... pero que ella alguna vez pudo imaginar. Tanto era así que por un momento, incluso, pensó que si estiraba las manos, se encontraría con aquella persona, que tanto hubiera deseado ella que la estuviera acompañando, sentada en la silla enfrentada a la suya, del otro lado de la mesa.
Había hecho ese viaje sola, con el propósito de tener la libertad de tomarse su tiempo para asimilar los lugares que recorría, y las cosas que veía, oía, tocaba... Para poder emocionarse sin tener que darle explicaciones a nadie. Para vivir su propia historia.

Oyó un carraspeo y abrió los ojos. La silla la encaraba vacía con el respaldo pegado al lado opuesto de la mesa. Aún estaba sola.
"Buenas tardes, señorita", el mozo saludó  muy cordialmente, y luego le tomó el pedido. Ella,  dulcemente aturdida, se limitó a ordenar el café que tanto se había hecho desear desde que traspasó las puertas del Champagne Bar.
Acto seguido, el mozo se fue rápidamente a pedir el café, y ella quedó sola nuevamente, mirando por la ventana, obnubilada. No podía creer lo que veía afuera: Todo a su alrededor parecía bañado en oro, tanto dentro como fuera del Bar. Incluso la calle, los autos, las personas, las palomas, los árboles... todo, todo, todo empapado de sol de las seis de la tarde, de un otoño bastante fresco.

La gente se paseaba abrigada, algunos solos, otros acompañados, algunos apurados, otros llevando un ritmo lento, libre de presiones. Algunos osados preferían colores llamativos, y otros clásicos usaban negro. Gente mayor, niños, jóvenes adultos, perros, gatos. Todos bailando al compás de la música de la libertad.
Era fantástico, todo un espectáculo.
La vista la emocionaba y la tocaba tan profundamente dentro de su ser que de pronto necesitó a alguien para compartirlo. Miró a su alrededor y notó que nadie se sentaba en el Bar, además de ella. Ni siquiera los que se hospedaban en el hotel.
Y fue en el mismo momento en el que el mozo regresó con el café, que unas lágrimas melancólicas se asomaron en sus ojos.
Miró al muchacho, que no era mucho mayor que ella, y tomó el café entre sus manos antes de que él pudiera apoyarlo en la superficie de la mesa. Le sonrió con afecto y gratitud mientras ponía sus dedos alrededor de la taza caliente. Al mismo tiempo, aprovechó y miró a su alrededor nuevamente para corroborar que no hubiera nadie más a quien el mozo debiera atender.
Entonces en una silla a tres mesas de distancia, un hombre con una campera de cuero, ojos verdes y pelo oscuro, la miraba fijamente. Le costó darse cuenta de que era aquel hombre a quien ella había estado esperando ver. El corazón se le aceleró a tal punto que hizo que le temblara todo el cuerpo. La sorpresa trajo consigo lágrimas aún más gordas que se resbalaron silenciosamente por sus mejillas.
Se incorporó rápidamente para salir corriendo hacia su mesa, pero las piernas no le respondieron a la hora de avanzar.
Sólo cuando el mozo murmuró "No, por favor, déjeme a mí", se dio cuenta de que aún tenía las manos en la taza caliente, al mismo tiempo que él la sostenía para dejarla sobre la mesa. La soltó para que él la situara en su lugar. "¿Se le ofrece algo más?" preguntó el mozo. "¿Se encuentra bien?"

Volvió a mirar en dirección a donde estaba el hombre de la campera de cuero, pero él ya no se encontraba ahí. En su lugar, la silla estaba vacía, fría, inmóvil.
Confundida, se sentó a su mesa nuevamente, y asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta del mozo. Miró la taza de café, y entrecerró los ojos oliéndolo de cerca. Su aroma era fuerte, y, a la vez, dulce. Aún no había podido apreciar el olor íntimamente, como sucede luego de que el líquido se resbala por la garganta; pero sabía a ciencia cierta que el perfume de aquel café describía exactamente sus emciones estando en aquel sitio, habiendo visto lo que vio.
El aroma de un café es el verdadero olor de la melancolía y la nostalgia.
Una lágrima residual que había quedado colgando de sus pestañas, terminó cayendo dentro de la taza humeante. Luego, abrió los ojos y miró hacia afuera. La puesta de sol seguía su marcha, ocultando a cada minuto el sol un poco más.
"Sí." Dijo ella, ahora clavándole la mirada al mozo, que aún aguardaba su respuesta. No reparó mucho en sus facciones, pues aún seguía encandilada por el sol y la imagen de aquella campera de cuero, pero estaba segura de que era bien parecido. De todas maneras eso no le importó en absoluto, dado que en ese momento todo lo único que quería era... "En vista de que no hay nadie más en el salón, ¿por qué no se sienta y me acompaña?".

Sueños que me ayudan a dormir.

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