domingo, 20 de julio de 2014

El Chañar.

"Hice a mi cuerpo amigo del viento y la distancia y le fui a buscar una verdad a mi corazón. Algo tan grande como el cielo y las montañas, y tan pequeño como una gota de rocío. Y ya no estuvo más conmigo mi corazón, se fue a posar en cada una de las cosas". La Renga.

La densa oscuridad de la noche que no se anima a romper en rayos de calidez aún me rodea al aminorar la marcha, justo donde el asfalto se vuelve cemento en un pequeño salto casi imperceptible que me impulsa hacia el cosmos.
Veo las luces tenues a lo lejos, como un fuego que se va apoderando de las tierras más verdes que he visto jamás, ahora ocultas en las sábanas negras en las que se recuesta el día. Respiro profundo, lo siento próximo a mí, una hoja en blanco, un nuevo despertar. Estoy en el nirvana.
La idea es mayor a la impresión al recordar, y aún sintiendo no puedo explicar el viento y la libertad, respirando el amor de estos ojos que se miran entre sí y se reconocen siempre igual, nunca lejanos, y que se encuentran aunque hayan estado separados.
Me recibe mi historia y la que me precede, la que se repite tal vez mejorada, la que me contaron para que aprenda a vivir. Quedan de ella las pruebas irrefutables de que lo que a veces parece irreal por ser perfecto y diferente, es carne y late por siempre en la misma frecuencia que alguna vez nos unió.
Esa ruta, ese pueblo, esas luces, esos ojos, la luna, las estrellas. La respiración que se relaja, se convierte en residente, entra en sintonía, reconoce sus raíces, se deja llevar. 
Piso la tierra, firme frente al silencio, de cara a un futuro cercano que hará la diferencia... Y pienso que te quiero encontrar esta noche en la sazón de un vino, para verte mañana amanecer en una nueva vida, vulnerando el gris que me trajo hasta acá. 

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