viernes, 25 de julio de 2014

La caja de Kuan-Yin.

"Se fue una noche, sin protestar, ni yo me di cuenta hasta ahora (...). No cantes victoria si decido descansar (...). Me quedé con tu guitarra recostada en la pared, y nunca más voy a llevarte en mis alas a volar". Fabiana Cantilo.

Puedo meter todos los símbolos de nuestra unión en una caja de lata, puedo enterrarte en un cajón y velarte vestida con todos los colores de la Tierra, en un luto eterno generado por la impotencia de que mi compañía no valga nada. Puedo correr un velo ante mi rostro doble, escondiendo parcialmente mi expresión de incertidumbre ante lo que aún queda de mí en vos. 
Puedo creer que el hecho de ocultar todo lo que todavía vive en mí en esta caja con el rostro de la diosa budista china de la compasión no es más que la triste coincidencia de haberte encasillado en la absurda idea de que no todo está dicho entre nosotros, sentada pacíficamente sobre una flor de loto, sosteniendo en brazos la inocente esperanza de ser tu felicidad.
Puedo también rezarle a los dioses que creo en mis sueños para encontrar las respuestas que no hallo en tus palabras ni en tus gestos.
Tal vez pueda, incluso, hacer oídos sordos a la voz de mi interior que me pide que me haga consciente de que todo caduca menos vos, y todo perdura menos yo. Quizás quiera ver a través de un caleidoscopio que todo lo embellece y lo colorea, la extraña sensación de que no seré nunca mejor que el dolor, el reproche, o el veneno.  
Me pregunto dónde habrá ido a parar la luz que quise entregarte. Me pregunto si tus ojos me esquivan para no sentir, o si me evitan porque simplemente no sienten. 
Por el momento, puedo por fin desempolvar las lágrimas que almacené en la ilusión de volverte a ver, y comienzo a hacer valer mis palabras cuando te advertí que seguiría escribiendo sobre vos.

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