martes, 25 de marzo de 2014

El día no me avisó.

"No olvidarse no es penar, no es arrastrar la cadena, ni vivir como condena. O que ese ayer fue lo más. No es vivir de recordar, sino que sirva de puente y que nadie ya te cuente cómo se debe seguir (porque se debe elegir un camino sólamente)", Bersuit.

No pude explicar por qué la tarde me encontró con tu esencia danzando en cada esquina. El sol bañaba las avenidas con la misma intensidad que sabía caracterizar los días que pasamos juntos. Hoy, la luz del astro rey parecía comandada por tu recuerdo, como si fueran tus manos las que armaban la escenografía de mi recorrido por la ciudad. Incluso el viento me recibió con una caricia descaradamente precisa, puntual, como si fuera tu aliento pidiéndome que mañana sea igual que hoy.
Mirando la vereda, y luego al cielo, encontrando sólo pasos serenos sobre el cemento, conduciéndome sin pensar hacia donde tu señal se volviese más fuerte, y así yo poder entender por qué el día me susurraba tu nombre al oído a cada minuto. Una palabra corta, melódica, que me estremecía al colisionar con mi sensibilidad. Bailé todo el día sobre el pentagrama donde tu nombre hace música. 
En un instante sinestésico pude ver cómo tu aroma tan característico, aquel que emana cada centímetro de tu piel, se convertía en una sombra que me seguía por las calles. Emborrachada con un perfume que gusto con nostalgia, me recuerdo hundiendo la nariz en tu espalda para encontrarlo íntimamente con mi garganta. Sonrío perdida en mis sentidos que me engañan a cada cuadra que recorro, y me ahogo en un delirium tremens letal.
Finalmente, sólo bastó con que llegara el minuto específico en el cual el planeta logró dar la vuelta completa sobre su órbita. El calendario revolvió sus hojas y sus números, y me vi entre las luces tenues de la memoria. 
¿Dónde estaba yo hace un año? Donde jamás me imaginé. Y ahora soy víctima del espectro de aquel otoño que retorna, como siempre, marcando el paso del tiempo.


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