martes, 2 de septiembre de 2014

El nenito.

Desde la puerta se para sorprendida con un mate en la mano, se detiene el tiempo y observa la escena: El nenito acaricia las letras del diario con los ojos, sin decodificar el mensaje, debajo de los árboles en el porche, sentado en la reposera anaranjada inhalando la brisa veraniega de su pueblo natal. Ese pueblo que ama, que aún siente propio aunque ya no sea el mismo. A veces finge que conoce a los vecinos y a las nuevas familias, saluda con la confianza de pueblerino a todo aquel que pase por su lado durante las tardes que disfruta en la vereda, sólo para sentirse residente un verano más. Suele tener problemas para diferenciar a los Scardellato de los Ward, pero poco le importa cuando inclina la cabeza implicando el cordial saludo por defecto que todos se llevan como souvenir cuando el nenito sale a tomar fresco
"¡Y que se vengan todos, desde Arenales hasta Santa Isabel! ¡Pasen y vean mi casita, mi pueblito, a ver cuál es más lindo, a ver cuál es mejor!", el nenito orgulloso de su procedencia, embelesado ante la plaza del pueblo y sus colores, sonríe ampliamente y contagia a los lugareños. Se pasea por su casa, y canta cuando la luna serena baña con su luz de plata. No está quieto, no deja un rincón sin barrer, y despierta en su imperfecta memoria los recuerdos de su vereda y sus árboles cuando las calles eran de tierra y la laguna era la piscina más propicia para la juventud. Un chapuzón, y la vieja ya estaría en casa esperándolo al grito de "¡parecés un negro catinga, lleno de barro!", con un buen chirlo, el batón perfectamente planchado, y la mirada severa bajo el tirante rodete. Las carreras de sapos y las cacerías de arañas y babosas también habían tenido lugar bajo los árboles, y vaya uno a saber qué decía la vieja cuando encontraba a los anfibios dando vueltas por el patio con cordeles atados al cogote. 
Pero hoy el nenito apenas se sienta en la vereda a leer el diario, en silencio, en pausa entre las hierbas. Quién podrá asegurarnos que el diario fue impreso el día de la fecha, o si acaso nenito busca actualizarse con una edición que ya pertenece a la historia. Pero lo cierto es que para él, toda información es novedad y pronto olvido. Se sienta ya sin su cabellera azabache, luciendo su tupido bigote canoso en la serenidad de la calle vacía de pueblo por la tarde. La cigarra le paya sobre las hazañas de algún chacarero que ya no vive para recitarlas él mismo, y el gato de Pochola maúlla un chusmerío sobre el dueño del café de la Sociedad Española. 
La peluquería a sus espaldas decidió abrir esta tarde, producto del aburrimiento de don Chiquito. Recibe a su clientela de ancianos ya encariñados con sus manos temblorosas: El recorte habitual los remonta a las viejas épocas. A don Chiquito aún confían su aspecto de caballeros. Disfrutan de las breves charlas sobre vaya uno a saber qué, viviendo una cíclica rutina, cómoda y agradable. 
El nenito oye la rasuradora a sus espaldas, que vuelve la payada de la cigarra en una de contrapunto. Pasan bicicletas frente a él, y una chata apenas altera los sonidos que lo mecen entre recuerdos que su mente tal vez no logra rescatar, pero que el alma sabia reconoce como constituyentes de su ser. 
Mientras, él lee bajo el árbol, con los pies venosos y descalzos sobre la tierra de la vereda. Respira felicidad y paz.
"El nenito" Gutiérrez, como el pueblo alguna vez lo conoció, ignora por completo que a sus espaldas su nieta le escribe mil poemas de amor.

1 comentario: