martes, 10 de junio de 2014

La voz de tus instintos.

"Hoy sonríe por saberse diferente, y se angustia por no hallarse entre la gente. Pero enseña con los hechos que no hay techo que soporte su carácter bondadoso: generoso pasaporte al corazón de cualquier hombre. (...) Masticó el desastre universal y escupió en la mesa el nombre de su enemigo acérrimo, el mío (...). Yo gasto el tiempo de luna a sol en emularle el corazón". Salta La Banca.

Me acuerdo, hermana, cuando te dejabas llevar por esa voz. Esa que yo no escuchaba, que criticaba, que no me conmovía. Cada vez que él entonaba un canto sanador, yo escupía al suelo y encendía un cigarrillo en señal de impaciencia e intolerancia. Mientras tanto vos, frente a mí, ibas cosiendo los jirones de tu alma, encerrada en un cuerpo que no era más que una prisión inviolable que te impedía volar hasta él. Tu carne era el fiel reflejo de ese manojo de penas y pérdidas que padecía tu espíritu. La frustración de querer recuperar lo que el cielo se llevó para no devolver jamás. 
¿Y cómo vendar y sanar una herida de tal magnitud? ¿Cómo obligar a Dios a revivir lo infinitamente dormido? 
Hermana, ¿qué te mantuvo en pie? Hermana, ¿qué te ayudó a perdonar? Hermana, ¿qué clase de clemencia ejerciste sobre mí, sobre la vida y la muerte, sobre el ladrón y el objeto robado? 
Apago el cigarrillo, limpio la saliva del piso, y le agradezco a esa voz. Esa que ahora me abrió el pecho al entender que de ella florecieron manos extendidas hacia vos para sostenerte. Una voz que se volvió más intensa día a día para abrigarte y llenarte de luz el corazón otra vez. Ella, sabia, te ayuda a asumir que ya no habrán más amaneceres sobre las copas de los árboles, que el agua estancada en las zanjas ya no calmará su sed. Que ya no habrá campo para ustedes dos. 
Pero, hermana, esa voz y yo... Esa voz y yo nos fusionaremos hasta el final de los tiempos para ser tu analgésico, tu vitamina, la calidez de este lazo de amor que nos une. Buscaremos ser un abrazo que te enseñe a verte de nuevo al espejo y sonreír. 
Porque del arte brotan las cosas más bellas, la voluntad de seguir vivo, de convertirnos en un canto que nos haga sentir uno para siempre.

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