sábado, 30 de agosto de 2014

Hombre en llamas.

"Son sus ojos la felicidad, mis tristezas se notan, él lo entiende sin más (...). Y mi satisfacción aparece al cruzar tu mirada, para mí que estás pensando igual que yo". Alejandro Kurz. 

Nos calla el silencio de un frío día de invierno. Todo lo que se oye detrás del monoblock son mis pasos apurados y mi cabeza que no para de hablarme del mal humor. El barrio ya escuchó los saludos matinales, y ahora sólo se ven ademanes cordiales sin palabras. El sonido envuelto en una pausa que alimenta mi sensación de vacío.
Nosotros.
Caminando uno al lado del otro, para mí es sólo un día más, para vos es el cielo y la brisa. Para mí es un andar melancólico, para vos es descubrir el mundo desde tu humilde inocencia. Te miro de reojo, tu pecho se ensancha al doblar la esquina, la calle es angosta y corta, el sol nos pega de frente y nos achina los ojos. Nos detenemos, y te apoyás firme en el cemento, erguido y adorable sintiendo tu peso. Mirás fíjamente hacia adelante y con tus redondos ojos negros, torcés la cabeza hacia un costado sin perder de vista el final de la cuadra. Me intriga el objeto de tu escrutinio, pero insisto suavemente por lo bajo, ¡vamos!, y doy el primer paso justo cuando el viento comienza a soplar: Mi instinto resuelve que tus ojos observaban la vida.
 Algo se activa en nosotros, algo que nos habla de libertad. Tus cortos pasos se transforman en saltos, te observo resplandeciente bajo la luz del mediodía. Me contagia tu sabiduría, te acompaño en un trote que busca devolverle energía al suelo, a la naturaleza, al tiempo. Me mueven las ganas de verte jugar. La adrenalina se vuelve carne en el movimiento incesante de nuestras piernas, un paso tras otro exorcizando mis tristezas. Ninguno conoce de cadenas ni correas, sin preguntar ni coordinar, nuestro paseo se convierte en un vuelo sobre la tierra. 
La velocidad te obliga a hacer muecas que me llenan de amor mientras aprecio cada metro recorrido a tu lado. El tiempo parece acelerarse, y escuchamos la música que el silencio de La Boca no te permite percibir cuando te atrevés a transitarla con la mente atormentada. Cada zancada es la risa de un niño, el canto de un ave, el latido de tu corazón. 
Se nos abren las venas, y aún sin ser del todo independientes nos sentimos los seres más autónomos del universo. La brisa en mi cabello ya no importa, mis pasos pesados y nostálgicos ahora son revolución, buscan la salida, encuentran el lado positivo de mi canción de amor. Se me escapa una carcajada al mirarte y saber que me sonreís sin curvar los labios, sólo escucho tu respiración agitada que deja entrever tu entusiasmo.
Corriendo contraviento, blancos bajo el sol, me compartís tu pureza y te la devuelvo con los ojos llenos de horizontes.

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