sábado, 23 de agosto de 2014

Norwegian wood.

"Frente al ventanal nos pusimos a jugar a decirnos la verdad que más engaña saber" Gustavo Cerati.

De espaldas al ventanal, oyendo una historia en loop, las estrellas cesan su brillo y ceden la búsqueda libidinosa de la noche a la concreción que trae la mañana, creando un pequeño puente entre el horizonte apenas teñido de naranja, y la tenue, casi inexistente luz procedente de la habitación. El aire busca mezclar sus fragancias en el latente amanecer.
Se desintegran los disfraces ante el rasgueo de una guitarra que ha caído acertadamente en las manos equivocadas: El lobo se vuelve hombre, la dama deja el orgullo. Decide amarlo por lo que es mientras toma con sus oídos una copa de luminosa melancolía, que se traduce detrás de sus párpados como el recuerdo de la helada y vieja estación que supo conducirla a los brazos de la esencial libertad.
Un remolino en el pecho, su sangre se vuelve brisa que la mece, que la embebe en el tibio tamiz a través del cual experimentó los estímulos de aquel invierno. Disfruta del aroma de las hierbas, y del sol de las diez de la mañana mientras las estrellas siguen resplandeciendo en el cielo de la ciudad. Los dedos de un ser angelicalmente corrupto la transportan a dos mundos paralelos, a dos vidas diferentes conectadas por sus cuerdas vocales entonando canciones provenientes de Liverpool.
Esta madrugada no existe el tiempo, no hay pasados ni presentes, sólo existencia que converge con la insistencia en un maravilloso respirar, en un intrincado raciocinio que no permite que las heridas se interpongan ante el deseo final. Él le canta al oído, y aquel florece en su pecho. Vive reiteradas veces las mismas vidas. 
La dulzura de las cuerdas los encuentra enlazados, y luego los libera cuando el día rompe la calma de la oscuridad. 
¿Quién podría decir que conoce de nostalgia, si no los oyó cantar ni los vio amar junto al ventanal?

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