lunes, 30 de diciembre de 2013

Refugio junto al velador.

"Me despertó tan dulcemente, acarició mi pelo, y me enamoró. Y la lluvia madruguera golpeó mi ventana (...) Tu misterio es mucho más interesante que mi imaginación". Perota Chingo.

Era un momento en el tiempo, o tal vez un lapso estirado por siempre en un correr infinito. Tal vez tuviera sólo hasta el amanecer, o quizás un milagro de último minuto convirtiera una noche en mediodía. Todo lo que sabía era que no había fatiga que la despegara de aquel dulce instante, que la mecía entre sus brazos en un eterno vaivén de ternura ante el tenuemente iluminado retrato en tiempo real que tenía enfrente.
La calidez de la luz sobre la piel, que lo acariciaba de costado proyectando su sombra sobre la pared naranja; la respiración tranquila, casi imperceptible; el rostro descansando plácidamente sobre una almohada; los ojos cerrados del todo. Un ángel desplomado sobre la cama, quitándose el cansancio de encima con cada movimiento violento, repentino e involuntario que producían sus músculos al relajarse poco a poco. 
Besó su fragancia en el aire y se acomodó junto a su cuerpo. Acarició su sombra colocando su mano detrás de su cabeza, dejando que se proyectara sobre ella en lugar de la pared. Le sonrió a sus ojos que no la miraban. Le suspiró a su nariz, que no percibió su aliento.
Y finalmente, lo dejó descansar.

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