martes, 18 de febrero de 2014

Para mí el campo son flores.

"Lo mejor que me pudo pasar en el viaje fue mirar el paisaje y seguir", Los piojos.

Como profesaron algunas pesadillas que dejé añejar en algún rincón de mi subconsciente, una mañana regresé a tu hogar para encontrarme de cara con tu ausencia. Encendió mi pulso un sonido proveniente del interior de la casa, anunciando sin dar nombres que podías estar allí. Pero esas vibraciones sólo me engañaron por un segundo, y atravesé el umbral con la mente relajada ante la evidencia de que no te vería.
Tu espacio me recibió cálidamente, como si me hubiera estado esperando, tanto como yo esperé volver a respirar el aroma de lo que alguna vez, de manera efímera pero eficaz, fue nuestro. Todo estaba allí, inmaculado, como si el tiempo hubiera preferido no alterar el recinto para que, al llegar, reconociera todo lo que me rodeaba, y que no me fuera ajeno todo lo vivido. 
Lejos de aquel paraíso de cielo infinito y extenso verdor, donde me recuerdo risueña, esperando escuchar aquel motor que desde la ruta anunciaría tu regreso, este recinto alberga hoy el lejano resplandor de un pensamiento recurrente, un sentimiento al que solía regresar todos los días a la hora del café para sentir que tenía algo por lo que luchar, hundiendo mi alma en un triste rock and roll, fusionando nuestras presencias a la distancia.
Esa mañana que regresé, lo hice cantándole a lo que soy, agradeciéndole a quien fuiste. Besé con labios de redención a aquel espectro rubio y virginal que habita tu cuarto: la memoria de una persona que lleva mi piel aunque yo ya no entre en ella. Con sus enormes ojos grises me pidió que le jurara que la vida continuaría, y que algún día podría salir de aquellas cuatro paredes. 
Y eso hice. Le prometí que algún día volvería a brillar. Y cumplí.
Entonces, esa mañana se transformó en mediodía, y vi fuegos arder entre ladrillos, tal y como lo hicieron alguna vez ante nuestros ojos. Sólo que esta vez no hubo rodillas temblorosas ni abrazos calurosos. Y el sol continuó su marcha, encontrando sonrisas y momentos compartidos que no te incluyeron. Y cuando el horizonte se tiñó de naranja, de espaldas a tu hogar regresé a mi pueblo, sintiendo un agujero negro en mi mente. 
Y en él, hice desaparecer todo lo que aún me ataba a vos.

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