jueves, 27 de febrero de 2014

Frambuesa.

"Hoy me levanté a regar mi flor y me sonrió. Todo parece distinto si me roza una emoción". La Vela Puerca.

Tengo una planta en mi balcón que hace que valga la pena el madrugón para verla crecer. 
Llegó a mí como el regalo de un amor que elijo nuevamente cada mañana cuando, con el sonido de los pies cansados sobre las baldosas frías, y la pesadez de mis ojos sobre mis mejillas, lleno un vaso de agua para regar la tierra de la enredadera que decora la vista hacia la avenida.
Me agacho, le deseo buenos días, y dejo caer el agua cristalina por el borde del recipiente. El sonido del líquido al convertir la tierra en barro me relaja, y siento que mi día comenzó por fin, habiendo aportado al crecimiento de la planta, que representa la evolución de un lazo divino entre quien me bendijo al regalármela, y quien hoy la cuida. La medida justa de agua, un poco de sol, y la calidez de la palabra al pedirle todos los días que me regale otro estirón. Me dirijo a ella, le hablo a sus hojas, y las incentivo a que sigan germinando, que se sigan alimentando de lo más puro de este mundo: El sol, el viento, el agua y las palabras cariñosas de quien la quiere ver dar frutos.
Y entonces comprendo que ese es el tipo de amor que quiero para mí.

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